sábado, 16 de junio de 2018

Vecindonas

El miércoles hizo 5 años que llegué a Madrid. Una aventura tardía, postergada en el tiempo por fuerzas mayores y miedos menores. Hacia tiempo que sabía que mi soleado reducto frente al mar no era ya mi sitio. Alicante, la fenicia y pequeña urbe, siempre ha sido un lugar amable para el visitante y una cárcel para el residente. Su mejor virtud es lo fácil que es escaparse de ella. Por tierra, mar o aire. Para mí siempre será un lugar donde volver, pero difícilmente donde permanecer.

Madrid me recibió con los brazos más abiertos de lo que yo esperaba. No negaré que en mi juventud, inexperta y poco viajada, era un tanto arisco a una capital de interior, que en los noventa era algo cateta y casposa. Era más de Barcelona, abierta al mar y al mundo. Empapada de arte, diseño y gente que iba y venía para dejar su huella. Pero el tiempo, los acontecimientos, los amigos y los viajes me fueron haciendo descubrir la Capital del Reino. 

Lo primero que me impresionó fue su hospitalidad. Casi nadie es de Madrid, y en poco tiempo todos somos  madrileños. Te hace suya, la haces tuya solo con respirarla, pisarla, vivirla y compartirla. 

Esta urbe castellana y históricamente castiza y algo clásica, se ha abierto al orbe en los últimos años. Se ha convertido en foco de las miradas del mundo por su carácter amable y heterogéneo. Conserva cientos de micro mundos dentro de su propia esencia. Los barrios son entes diferenciados y con personalidad propia. Una urbe de micro urbes, de mini pueblos.

Los pueblos tienen sus ventajas y sus desventajas. Sus virtudes y sus defectos. Todo el mundo se conoce, para lo bueno y para lo malo. Todo el mundo sabe de todos, para lo bueno y para lo malo.

Cuando llegas de fuera, entras con cautela a un medio que piensas hostil. Yo creo que lo inteligente es adaptarte a él. Intentar abrirte a los nuevos inputs y enriquecerte. Conocer y hacerte conocer, descubrir y que te descubran. Yo reconozco que a mí mi barrio me lo puso fácil, a pesar de mis anfitriones, que eran bastantes hostiles a la flora y a la fauna. Encontré gente que te tendía la mano desde la diferencia, que te ayuda a sentirte uno más, que te alisaba los escollos propios del que llega nuevo y desconoce.

Muy pronto me sentí uno más y comencé a participar de la vida del barrio como uno más, que es como me hicieron sentir desde el principio.

Los tiempos son cambiantes y la gente viene y va, en nuestras vidas, en nuestros barrios. Todo cambia para seguir siendo lo mismo.

Pero, a veces, llegan gentes que no suman sino que necesitan destruir para colonizar. No aceptan que el terreno de juego es un bien común y no patrimonio de nadie. Llegan para imponer su modelo y su pensamiento a un estamento urbano preexistente. No conocen el sumar sino el imponer, vilipendiar, destruir e intentar anular  al semejante, para instaurar su orden. Sin ningún consenso ni mestizaje.


No me gusta la gente que resta, que llega arrasando, que carece de tolerancia y altura moral. No me gusta la gente que destruye a través del bulo, del comentario de portera, con todo mi respeto hacia las porteras, que en vez de trabajar y sumar ejercen de vecindonas en los cruces de caminos ofreciendo las mieles del nuevo orden a quien les ayude a arrasar el existente. 


Ni todo lo pasado fue mejor, ni mucho menos lo que tiene que venir. El tiempo, la edad y los viajes me han enseñado a confiar más en el que escucha y tiende la mano, el que acoge con los brazos abiertos sin preguntar por filias y fobias. Me cuesta horrores soportar a los colonizadores que intentan transformar el medio ambiente a su propia conveniencia, sin respetar lo existente ni contribuir a la mejora con trabajo común. Los sitios permanecen y nosotros vagamos y migramos por ellos. Deberíamos aprender a mejorarlos contribuyendo desde la aportación sincera al bien común. Deberíamos de reflexionar antes de excluir a nadie por la estética, la ética o la poética. Los libros se escriben con todas las letras, no solo con las que le pegan a nuestro traje. Sobre todo, por qué cuando se pretende esto, el traje acaba siendo el vestido nuevo del emperador. Sin tela, sin verdad, sin esencia.

4 comentarios:

  1. Sublime... Pas... sublime.....Gracias

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  2. Me ha encantado leerte. Defines como nadie lo que es llegar a un sitio como Madrid viniendo de provincia.
    Mi familia y yo lo vivimos. De nuestra ciudad Barcelona, nos fuimos a Madrid. Fue en los 60. Me quedaria con tus palabras para definir como fue esa acogida. Mis padres no se quisieron ir nunca mas

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