sábado, 25 de junio de 2011

La Corniente

Hay veces en la vida que no todo es del color del cristal con que se mira, ni siquiera lo que parece en una primera impresión. Tendemos a atribuir patrones socialmente pre-establecidos a las situaciones de la vida. Nos empeñamos en resumirlo todo en blanco y negro. Resumirlo todo en buenos y malos.

Pero la vida no es tan sencilla ni tan meridiana. Como me enseñó un buen amigo mio hace muchos años, la vida, en esencia, se resume en tonalidades de grises, no existe el blanco y negro puros. Todos somos algo ángeles y diablos a la vez. En esta, como en todas las guerras, siempre hay dos perdedores.

Dicho esto, que nace de las costuras del dobladilllo de ese velo de Madre Teresa de Calcuta que todos nos colocamos en algún momento, en el que entran a jugar los remordimientos de nuestra educación como hijos de la Reserva Espiritual de Occidente, quiero romper una lanza por un personaje denostado por nuestra sociedad y poseedor de una inmensa leyenda negra en lo público y que genera riadas de envidia en lo privado.

Esta sociedad tiende a ser falsamente compasiva con los derrotados, los perdedores y los débiles. Esta condescendencia tiene mucho que ver con la celebración privada que hacen las hienas cuando ven caer otro rival en esta carrera de depredadores que es esta bella vida.

Ponerse del lado del perdedor te garantiza cierta posición de fuerza frente al débil, un aroma de altura altruista y dignidad social y te pone en alerta frente al vencedor. Desarrolla los instintos de defensa, encubiertos en unos falsos propósitos de venganza pública tintados de justicia reponedora de la dignidad ultrajada.

Por ejemplo, vamos a hablar del caso de La Cornuda y La Corniente.

En primer lugar quiero aclarar que utilizo el género femenino, no como un estigma discriminatorio, sino como un engrandecimiento de la tragédia poética. Suena más de Ópera italiana La Corniente que el género masculino, El Corniente, que sonaría a delantero centro de la selección Azurra.


La Corniente viene a ser la encarnación viva de esa gran copla que defendió tan bien, arriba y abajo de los escenarios, Isabel Pantoja. Yo soy esa. Es ese personaje que se lo juega todo, contra viento y marea, nadando contracorriente, con la ayuda del deseo como alimento único y sostén de esta titánica hazaña que supone la destrucción de esa sacrosanta institución del matrimonio. Por muy agonizante y putrefacta que se encuentre por dentro a causa de la monotonia y la desaparición del amor y la pasión, si es que algún día existieron.

La Cornuda, en el fondo ya había perdido antes de comenzar la batalla. Quizás incluso antes comenzar la guerra, cuando se equivocó al escoger aliado. Se quedó con el traidor. Ella se encierra  en la absurda idea de defender una plaza que ya no le pertenece. En muchos casos, estas posesiones no se pierden por el ataque de tropas externas, si no por la descomposición de las defensas de un modo gradual, la desaparición del deseo de convivencia ni de compartir un proyecto común.

En ese momento los ojos y anhelos vuelan más allá de las derruidas murallas en busca de nuevas colonias, o tierras vírgenes que devuelvan la ilusión por colonizar, construir la casa común o por el mero hecho de conquistar trofeos de guerra que devuelvan la fé en un ardor guerrero que se creía desaparecido.

Mientras tanto, La Corniente se lo juega todo. Su corazón y su reputación. Apuesta por la peor de las jugadas, llevando un mala mano en esta partida. Ella renuncia a la dignidad pública y la privada en pos de los dictados del corazón o del deseo más oscuro, según casos. Tiene todo que perder, desde la autoestima al respeto del contrario, que en ocasiones lo obvia con el único objetivo de presevar el caracter oculto de esta relación y poder disfrutar los beneficios de las dos luchadoras. La Cornuda y La Corniente.

La Cornuda, en muchas ocasiones, es culpable de su propia desgracia. Por dejadez en las labores del amor, desidia en el trabajo diario de una relación, al pensar que la boda en el objetivo y no el camino, y ceguera voluntaria para proteger la apariencia y el que diran. Al igual que lo es, en mayor medida, el que condecora con las cornamentas. Este último traiciona la confianza y el contrato tácito de lealtad que se espera de una relación de pareja, Juega de una manera descabellada y retorcida, en ocasiones cobarde, con ambas contendientes. Hace promesas imposibles de cumplir. Solapa compromisos inalcanzables con el único objetivo de ganar tiempo, silencio y trofeos de guerra en la alcoba o en la vida cotidiana.

Reconozco que la lealtad es un valor que no está de moda y que yo considero fundamental en mi escala de valores. Al final, Corniente y Cornuda no dejan de ser victimas del mismo depredador. La Cornuda como traicionada y abandonada, situación que la estigmatiza en esta sociedad como si por ello fuese defectuosa de fabrica. La Corniente como politicamente incorrecta, asesina de matrimonios modélicos y precursora del dictado del deseo oscuro frente al amor de tono rosa palo y sabor a algodón de feria.

Curiosamente, la sociedad salva al culpable de estas desgracias. Al único responsable de la degradación de la autoestima de sus victimas. Al autor intelectual de esta ausencia de ética y coherencia. Incluso se convierte en objeto de deseo para futuras cornientes. Quien a hierro mata, a hierro muero.

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