jueves, 30 de junio de 2011

La capital

El traqueteo del tren me devuelve paulatinamente a la cruda realidad. Es difícil seccionar el cordón que une los recuerdos que apenas lo son aun de la realidad del viaje de vuelta. Y es que yo creo que nací para ser de capital. De hecho nací en una de ellas, Bogotá. Creo que mis ritmos vitales se compaginan mejor en ellas.

Me fascinan esas calles llenas de gentes independientemente diferentes. Gentes con personalidad propia hasta para pertenecer a un grupúsculo urbano autoimpuesto. Gente que transita, que vive la urbe sin pararse a pensar si hace lo debido o si su indumentaria es la correcta. Ansío esa necesidad de respirar de un modo intenso y casi peligroso la ciudad hasta que me ardan los pulmones.

Me encanta perderme en mis rincones secretos, que lo son de muchas más personas anónimas que los frecuentan también de un modo individual, casi formando parte de su religión personal. Ese café donde la música se desliza suavemente por sus paredes blancas. Esos mercados que se han reinventado para estar más cerca del mundo actual y convertirse en espacios balsámicos para esta vida loca. Vivir la democracia de la moda, dentro y fuera de los escaparates, cuando no es la variedad de economato la que dicta que se puede llevar si no la ley de la oferta y la demanda pasada por el tamiz de la democracia estética de la calle.

Me encanta perderme, ahogarme entre mareas de oferta cultural, de espacios para el ocio y la interacción entre personas. Espacios públicos donde parar el tiempo o simplemente coger aire para seguir sobreviviendo en la carrera loca de nuestra vida cotidiana.

Me encantan sus noches locas donde siempre hay un plan interesante. Desde una caipiroska en la Latina a las noches que nunca decepcionan en el Why not? La ciudad está viva 24 horas al día, siempre abierta a dar lo mejor y lo peor de si misma si tú lo quieres tomar. Tan lejos de la aburrida rutina de provincias, donde es difícil sorprenderse a uno mismo en horario laboral. Donde es complicado divertirse o resarciese de un mal día fuera del clásico fin de semana de camisa blanca y polvete.


La creatividad se cruza contigo en cada esquina, sin pedir permiso y con cierto descaro. La tendencia es una actitud y no un capricho extravagante de niñato venido a más y pretencioso. Descubrir algo nuevo es siempre la posibilidad y no la esperanza perdida. El ritmo frenético es una especie de bálsamo, de mantra espiritual para ser uno mismo en este hormiguero humano. Me reconozco más en este anonimato multitudinario que en mi ranchito conocido. Añoro esta libertad que te da ser uno más, sin historial y curriculum en las arcas de la crónica social de mi escueta y adormecida capital de provincias. No ser nadie para poder ser tú mismo sin la presión de no estar a la altura de lo que se espera de ti.

Vuelve el traqueteo del tren mientras mi trayecto quiebra en dos la noche manchega. Mi cuerpo se deja llevar por esta travesía. Mi mente vaga intentando escapar y desandar lo andado. Ella quiere ser y volar para encontrarse, de repente, conmigo en la noche cálida de las terrazas de Madrid, bajo la lluvia imperceptible de los vaporizadores y el aroma suave de una higuera que soñó algún día ser urbana

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