lunes, 4 de julio de 2011

La Boda Real

Llevo horas, quizás días intentando resistirme a sentarme delante de la pantalla desnuda y perpetrar este post. No me gusta la idea de volver a los inicio de este blog, a su prehistoria, la crónica social. Pero hay acontecimientos que uno no puede evitar comentar. Aunque sea en clave de cuento infantil.

Desde hace siglos, junto a las mansas aguas del Mediterráneo, existe un pequeño reino de ensueño, donde todo el mundo es rico, entiende de formula 1 y tiene yate. En este paraíso, sobre todo fiscal, su Rey y su bella esposa, que vino una primavera de más allá de los mares, de donde venían las películas de indios y vaqueros, tuvieron tres vástagos que podrían haber querido ser vástagas, seguramente.

La mala fortuna se mezcló por igual con la mala cabeza en esta familia, y la desgracia y el infortunio se cruzó en su camino. La bella reina comenzó a peinar canas y a perder la sonrisa gracias a las aventuras de todo tipo en las que los/as príncipes/as se embarcaban. Tenistas, gígolos, golfos, chulos de piscina, guardaespaldas y funanbulistas incrementaban la larga lista de muescas en los cabezales de las camas reales. La belleza de las herederas no era suficiente para ocultar su conducta disipada y caprichosa. De ninguna de las tres.

Una mala curva y un coche se llevó por delante la belleza y la vida de la Matriarca. Dejó un legado de imágenes en blanco y negro, un decálogo de las pautas de la elegancia y la tristeza eterna en su marido. Las herederas quedaron desconsoladas. Las tres. Y cada una quiso apagar su dolor a su manera.

Una se convirtió en el icono de belleza que dejó vacante su madre, sin llegar nunca a llenar el vacío por completo. Otra cantó, diseñó bañadores y se lió con todo aquello que resultaba inmoral, ilegal o engordaba. La tercera, que no se sabia si era de Pinto o de Baldemoro, aunque se vestía de pinteña por los pies, se dedicó a sembrar el mundo de bastardos para acallar los rumores de aquella esquina. Se dejó fotografiar, como grandes amigas, con todas las top models del panorama de final de siglo y alguna del inicio. Debe ser duro vivir dos vidas en una sola, vestido de militar queriendo ser Marta Sánchez.

Y los años pasaban y se casaban y descasaban menos la que tenía que hacerlo para perpetuar la dinastía. Alguna se quedó viuda, otra se quedó cornuda a la vista del mundo. Mientras tanto la heredera perdía el tiempo, el pelo y la cintura a la misma velocidad que aumentaba su nómina de escarceos de toda dirección y sabor.

El triste rey murió y el trono se quedó huérfano de línea sucesoria. Los ojos del mundo y del papel cuché se fijaban, como buitres ansiosos de sangre fresca y dulzona, sobre la joven heredera de traje militar, calva reluciente y realidad oculta. El que dirán y las formas reales desembocaron en un compromiso nupcial que olía a cartón piedra casi tanto como este decorado de opereta al borde del Mare Nostrum.

Busco alguien con quien compartir su vestidor real, el mismo ancho de espalda garantizaba lucir por igual un palabra de honor de Armani Priveé que una casaca de los carabinero. Muy trendy y tremendamente ambiguo. Morbo y portadas aseguradas en una corte que vive de su constante visualización exterior, bien sea a través de los kioscos o de las crónicas reales y catódicas.

¿Pero alguien le pregunto al clon si quería ser primera dama, o en el peor de los casos primera amiga, a costa de pagar cualquier precio? Todo esto no era más que una manera de garantizar que el show debía continuar, que el decorado daba para unas cuantas óperas màs y los habitantes del reino no debían sufrir por sus yates ni su vida de algodón de azúcar.

Mientras se celebraban los fastos reales, con un entorno casposo y antiguo, en el aire se respiraba una densa tensión, que no tenía nada que ver con la sexual ni la pasión, tal y como la conocemos el resto de los mortales. Ese decorado de cafetería de barrio venida a más escondía la tristeza de la víctima tras un traje de chaqueta azul, que le perpetró Chanel, más como una venganza que como un favor.

Y por más que lo intento me veo incapaz de meter en ningún momento de este cuento ni el banquete de perdices ni la fantasía de los cuentos de hadas. Tiene esta historia más componentes de pesadilla que de sueño romántico de princesas y príncipes. Más que a calabazas y ratones, suena a banda sonora de Barbra Streisand y Village People. Y que sean felices y les pille confesados aunque sea en el patio del palacio.

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