domingo, 31 de julio de 2011

En tránsito

El traqueteo del tren parece una letanía en un velatorio de pueblo, en una tarde calurosa de verano. Un número elevado de vagones lo convierte en un gran gusano mecánico que se desplaza sobre los railes relleno de miles de personas, relleno de miles de historias.

En las épocas estivales el exceso de equipaje desborda las estanterias habilitadas y los pasillos. Cientos de bultos se amontonan, de distinto volumen y color, con distinto destino y contenido, pero todos capaces de contar un parte de la historia que mueve en este tren a sus propietarios.

Hay gentes de todo tipo. Extranjeros y españoles. Urbanitas y gente del campo, jóvenes y ancianos. Cada uno con su historia y su destino. Destino ferroviario y destino en la vida. Muchos de ellos tan solo se cruzaran en este tren, nunca más en la vida volverán a coincidir. Algunos, muy pocos posiblemente, coincidirán en el futuro de una manera más decisiva en su vidas. Otros recorren este viaje y el de la vida juntos, desde hace tiempo y con esperanzas de seguir haciéndolo en otro trenes que la Vida les ponga en el camino.

Mi vicio de observador innato me hace colgarme, durante ratos más largos de lo que la prudencia considera inadecuado, del la rutina del resto de pasajeros. Esa pareja joven de enfrente, supongo que con destino a Valencia. Ella lee ensimismada, mientras a ratos sale de su letargo par contemplar alguna escena de la película que ponen por las pantallas. Escucha a través de los cascos la historia desgarrada de un matrimonio francés en el día de su 15 aniversario, mientras se entremezcla con su lectura. Su cuerpo descansa, levemente seseante sobre la butaca, mientras su pareja, él, se encuentra reclinado sobre sus propias rodillas leyendo publicaciones profesionales. Llevan tiempo juntos y no es la primera vez que viajan juntos también, pienso para mí.


Me distraigo por los movimientos ampulosos y bruscos de un británico de porte hercúleo y entrado en años. Se encuentra incomodo en el vagón, incluso diría que en el país. Se ha descalzado y ocupa más espacio del que le otorga la educación y las buenas maneras. Observa a todo el mundo como un ave rapaz expectante. Sus giros de cabeza son contundentes y clava su mirada como buscando un presa. Mientras, ella, su acompañante, duerme enroscada sobre si misma, envuelta en su indumentaria deportiva, inadecuada para su edad. Su rubía melena lisa y uniformemente adiestrada se balance hacía la izquierda con el movimiento del tren, como intentando disuadir al acompañante de los constantes intentos de sacarla del sueño, con absurdos comentarios en un inglés bastante burdo. Casi como su físico, emborronado por antiguos tatuajes de carácter militar que se disuelven bajo las extremidades velludas.

Gente que duerme, que se resigna por la distancia y la incomodidad. Gente que actúa con un cierto gesto de desagrado en la mirada, propio del que se cree superior y fuera de su espacio merecido. Gente que mira el teléfono móvil con tristeza después de un conversación inesperada. Gente que cree que todo el monte es orégano y molesta, sin molestaras en reparar en lo desagradable de su actitud, a sus vecinos de tránsito. En fin, gentes. Dispares, diversas, con educaciones y principios distintos. Con objetivos en la vida distantes, como los puntos que une el tren. Con historias personales e intransferibles, como los billetes.

Mientras el movimiento constante se refleja sobre el calmo mar, con destellos provocados por la puesta de sol, la vida sigue constante. Dentro y fuera de este tren. Dentro y fuera de este mundo. Dentro y fuera de mi mismo. Todos vivimos en constante tránsito, acompañados de centenares de compañeros anónimos que se cruzan, comparten y varían nuestro camino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario