miércoles, 20 de julio de 2011

Obituario para un tibio

Hay días que, sin pretenderlo cuando nacen, cambian la Historia. Hoy es un día de esos. Un día como otro cualquiera en el que se hablaba de crisis, de corrupción, de imputados y de corbatas en el Congreso, pero sin más euforia que en otros días similares ya vividos en los últimos años. Hoy realmente había una luz especial. Como la de las grandes tardes de toros. En las que los trajes de luces brillan desafiando a la tragedia, mientras suena música de banda y flota en el aire olor a azahar y hierbabuena.

En este tipo de día como otro cualquiera, en el que solo los videntes e iluminados predicen la tragedia, se suelen ir los más grandes. ¿Quién pensó entre las filas de Al Capone que caería por una absurda falta de rigurosidad en el pago de los impuestos? ¿Quién predijo que la abejita Rumasa volvería a caer en picado, como si del vuelo del moscardón se tratase, por un quitame allí esas pajas con un banquero de pro? ¿O quién pudo pensar del circulo de nuestro difunto que los trajes a medida le sentarían mucho peor que a su predecesor?

Reconozco que no se le debe desear la muerte a nadie, incluso la política. Que no se debe brindar nunca por el mal ajeno, y menos celebrar la desgracia del rival, aunque juegue en tu equipo. Pero alguien me enseñó, que en política, Roma no paga traidores. La vida también me enseñó que el que muerde la mano que le da de comer, pronto o tarde, paga su factura. También aprendí que el que escupe al cielo le cae en la cara, por lo cual pienso que nunca hubo tanta demanda en el Levante español de paraguas en julio.

El difunto en cuestión no me era extraño, ni a mi ni a nadie de los que me rodean. Digamos que se había hecho un huequito en nuestros corazones y en nuestras oraciones. Se le coge cariño a un perro. Ha estado presente en nuestras vidas en los últimos años, a veces más cerca y con más presencia de la que nos hubiera gustado. Será difícil olvidar algunos momentos que ha dado para nuestra memoria colectiva. Me recuerda en cierto modo a los hermanos Andersen, reputados autores de cuentos. Ellos también hablaban de sastrecillos valientes, del traje nuevo del Emperador, de patitos feos y de cuentos varios.

Mi relación con el finado fue más cercana de lo que se podría esperar de un pobre administrado, de no ser por mi condición laboral. Alguien que tenía predilección por los grandes fastos, reunía muchas papeletas para cruzarse, en diversas ocasiones, en el camino de un organizador de eventos. Nos hemos visto en diversas ocasiones, un puñado de ellas, y con circunstancias muy distintas. Ahora haciendo balance veo que algunas fueron premonitorias y no supe ver, dada mi incapacidad como visionario, las señales escritas en el cielo. En alguna ocasión también estuvieron a punto de estar escritas en una pantalla de leds de quince metros.

Siempre me llamó poderosamente su forma de vestir. Primera de las señales. Esta le llevaría a la tumba. También lo hacía su manía de frotar sus manos mientras hablaba. No podía evitar acordarme del malo de los Pitufos. De hecho creo haber visto, cerca de él en alguna ocasión, un gato negro. Me fascinó siempre su control de los tiempos y su oratoria, incluso para conseguir no decir nada después de cinco minutos en un atril, administrando perfectamente los segundos que dedicaba a cada zona de su audiencia.

Lo ví bajo la lluvia, en una noche tormentosa, con su sucesor mientras les cantaba un coro villancicos. Otro chaparrón sufrió una mañana en Orihuela, tu pueblo y el mío, que decía Miguel Hernández en la elegía a su amigo muerto. Hemos inaugurado, cada uno a su lado de la delgada linea que separa al administrador del administrado, decenas de espacios y edificios que lo recordaran en placas premonitorias de su futura lápida. Abrió, de forma virtual, las tierras de Elche el día que conocimos todos, a través de la prensa, el amor que profesaba a sus amigos del alma. Fue ese día premonitorio el montaje de la Fura. Torres más altas veremos caer.

La última vez que lo vi fue tomando posesión de las nuevas tierras conquistadas. Vino con todas sus huestes, que parecían la Cabalgata de los Reyes Magos. Nunca se vio tanta variedad de color entre sus tropas ni se respiró tanta mentira que quería perpetuar lo insostenible. No fue justo, ni elegante. Orinar en las heridas del derrotado tiene un precio, si este último no está muerto. Quien a hierro mata, a hierro muere.

Digamos, para cerrar este balance, que no siento lastima ni pena. Creo que hay muertes necesarias y que la Justicia, aunque a veces elija caminos complejos, acaba prevaleciendo. Siempre me han gustado los refranes por su componente de sabiduría popular. Se me ocurren varios que podrían ilustrar la anotación de hoy en nuestra Historia.

Muerto el perro, se acabó la rabia

No hay mal que cien años dure

A rey muerto, rey puesto

Como dice el himno de esta nuestra Comunidad, que parece, a veces, por el modus operandi, más una de vecinos que otra cosa, cantemos

Para ofrecer nuevas glorias a España, todos a una vez, hermanos, venid
Ya en el taller y en el campo resuenan
Cantos de amor, himnos de paz.

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