jueves, 20 de octubre de 2011

Las cosas son o no son

La bronca continua de las tertulias televisivas me aburre, se convierte en un rumor de tormenta ininteligible que me provoca tedio y cierta fatiga. Desapariciones, juicios, realitys, minifaldas inapropiadas..., hacen que accione el mando para terminar con todos ellos. El sol ha decidido llevarle la contra a la costumbre y mantener las temperaturas del estío unas semanas más. La calma y la sonrisa se han instalado este otoño con absoluta normalidad en mi territorio vital.

Mientras estabilizo los controles de mi recuperada independencia profesional me pierdo en reflexiones sobre temas, de esta nuestra vida, a los que nunca le había dedicado tiempo ni atención. ¿De qué debe estar llena nuestra nevera? ¿Qué abraza mejor, una pareja o tu cojín favorito? ¿Por qué se duerme mejor después de ver como la policiaca americana descifra un crimen detrás de otro, los lunes por la noche? ¿Tortilla o huevo fritos? ¿Fruta u otra Coca Cola light? ¿Cine o pizza con amigos? ¿Por qué me da miedo la estabilidad? Vamos todas esas preguntas absurdas.

Me planteo si la estabilidad es una forma de vida, una religión o una disciplina deportiva. Me sorprende cuando me sorprendo observando a una pareja con sus dos niños que les tocan en el reparto estadístico y la mirada perdida en el horizonte, de forma independiente e intransferible. Puedo leer en el fondo de esos ojos cierto estado de decepción, como si quisieran reprocharle al Destino no haberles leído la letra pequeña. Quizás todos nos pasamos la vida buscando la estabilidad sin saber lo que realmente conlleva o lo que verdaderamente significa para cada uno. Y ahí est el problema. Que cuando el proyecto se convierte de dos, muchas veces no coinciden las definiciones de los conceptos buscados.

Libertad, estabilidad, compartir, respecto, independencia..., son términos que cada uno interpreta de una manera diferente en un proyecto compartido. Y esas diferencias son las que provocan la decepción en el contrato. Y esta decepción genera esa mirada perdida a la altura de los hombros mientras empujas mecánicamente el carro de la compra, el del niño pequeño o sencillamente paseas con la otra parte contratante y la prole producto del contrato. En qué momento me perdí algo? es una cuestión que se intuye en el aire en esos momentos.


Es complicado, en ocasiones, definir estos conceptos en nuestro propio proyecto vital individual. A veces nos perdemos el respeto a nosotros mismos, hipotecamos nuestra libertad en ocasiones, sin ser conscientes de ello. Nos negamos nuestra propia independencia por miedo o falt de carácter o coherencia. Somos incapaces de compartir nuestra propia felicidad, presente o futura, incluso con nosotros mismos. La negamos como si fuera un defecto o una muestra de debilidad. No estar en guerra constante contra el mundo no es inferioridad sino estabilidad, incluso aceptación del escenario vital generado por nosotros mismos y nuestras decisiones.

Realmente, las cosas son o no son. Y no debemos refugiarnos en complejos entramados para variar la percepción de la verdadera y aplastante realidad. Yo creo que el verdadero problema está en dar por hecho que la percepción de nuestro mundo es trasferible a el resto de los mortales y de su obligado cumplimiento. Y este criterio desemboca en dar por hechas muchísimas cosas y otras más por sobreentendidas. Y ese es el fallo. Nadie tiene la obligación de ver el mundo exactamente igual que nosotros, al igual que no lo hacemos nosotros mismos.

Cuando se pretende compartir una parte de nuestra trayectoria vital, es indispensable definir esos conceptoas, tener claro y hablado lo que quiere cada una de las partes y, aun que suene excesivamente empresarial, pactar los ajustes y los puntos de encuentro para tener claro como son las cosas en todo momento. Indispensable es, en caso de situación de crisis generada por una situación no contemplada en estos pactos previos, es retomar el proceso desde el principio.

La máxima de "como me gusta, ya lo cambiaré" debe obviarse en las relaciones de más de un integrante. Si no tenemos en cuenta esto, con el tiempo sucederá que una tarde de domingo, el perdedor, e incluso el vencedor, se descubrirán en una calle cualquiera empujando su vida con la mirada perdida y sin la certeza vital de donde comenzó el principio del fin.

Cierto es que, fuera de las influencias propias de un relación, visto desde fuera las cosas son o no son. Debería ser una ley matemática, por el bien de todos.

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