jueves, 2 de septiembre de 2010

Postales Made in Spain

Cada cambio de estación desarrollamos el estúpido vicio de formular propósitos para la nueva temporada. Nos entra un furor de compromisos absurdos con nosotros mismos, que nunca cumpliremos. Es lo que tiene clavar los talones en las roderas de la vida cuando no se tiene claro si subimos o bajamos, como los gallegos.

Todas las primaveras, cientos, no, miles de mortales con flotadores adheridos a distintas inflexiones de su cuerpo, se prometen disciplina y culto al cuerpo durante horas, en un gimnasio abarrotado de marujas siliconadas y ciclados de ambigua orientación sexual. Nos empeñamos en luchar contra la fuerza de la gravedad, contra nuestra adicción a la mayonesa y al paté, y a esas cremas tostadas de crujiente hojaldre que aparecen en mis sueños, como si de un experimento freudiano se tratara. Y todo con el absurdo objetivo de parecer alguien que no somos y que, a base de sufrimiento y renuncias a aquello con lo que disfrutamos, nos empeñamos en ser. 

Alguien se ha planteado el bochornoso espectáculo que supone mostrarse en público, sudando como un cochino, embutido en prendas de lycra de absurdos colores y demostrando nuestra incapacidad genética para coordinar los movimientos de nuestros cuatro miembros con la sonrisa y la respiración. Y encima pagando. Hay matanzas del cerdo más dignas.


Otro de nuestros propósitos absurdos es el de renovar o retomar hobbies. En el ámbito de los nuevos la gran estrella es el coleccionismo. Esa es  una afición que consiste en la agrupación y organización de objetos de una determinada categoría. véase soldados de plomo, dedales de porcelana, abanicos decorados, novios de una noche, resacas incompresibles, artilugios deportivos que nunca sabremos utilizar, pequeños electrodomésticos que nos harán la vida más fácil y la cocina más pequeña o esa serie de maquetas absurdas de vehículos de guerra que nunca sabes como montar, limpiar o almacenar.

Entre los hobbies a retomar se suelen encontrar la fotografía, montar en bicicleta, el patinaje, la lectura. Que sería de las editoriales si cientos de libros abandonados, en mesillas polvorientas o atestadas estanterías, sin descubrir sus secretos por sus poco constantes propietarios.

Hay gente, mucha gente que le resulta complejo seguir un titular del Marca si tiene más de 6 palabras. ¿Como podría terminar un libro, o aun más, entenderlo y aficionarse a la lectura por gusto y no por consecuencia de un estúpido propósito pre-estacional?

Pero el más descabellado de estos propósitos, que puede desencadenar  todos los anteriores, es el de No a otro invierno solo en mi sofá. Esta misión suicida puede acarrear someterse a la vejatoria exhibición de los gimnasios, el ligar bronce en la playa aunque seas más blanco que la nata montada, leer infames best-sellers para parecer pseudocultureta, coleccionar resacas incompresibles al lado de seres del bar de la guerra de las galaxias que te abrazan, incomprensiblemente, la mañana del domingo en tu cama, etc...

Ante este panorama prefiero mandar postales sin remite, de flamencas bordadas, pidiendo la paz mundial, el Óscar para Paquirrín o un presidente de la Generalitat honrado. Creo que tengo más garantías de alcanzar el éxito.

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