domingo, 11 de septiembre de 2011

La Biblia en Nueva York

Este ha sido un fin de semana raro, sin muchas ganas de hacer nada y con muchas ganas de que no pase el tiempo. Los últimos golpes de calor, de ferocidad controlada, pasean por la ciudad destilando la nostalgia de la despedida. Contemplo la vida desde el mirador, escaso de ropa y con exceso de equipaje. Un fin de semana raro para un tiempo raro. Primeros de septiembre con sabor a nueva era a la vuelta de la esquina.

Comida sana, muchas horas de sueño y televisión son el menú de estos días. Huyo de las relaciones sociales porque, en días como hoy, no me siento cómodo impostando una conversación que no me atañe o interesa. Mi lavadora interior no cesa de centrifugar a una velocidad de vértigo. No sé muy bien que me espera a la vuelta de la esquina, ni que esquina decidiré doblar. Estoy naufragando a bordo de mi sofá en mitad de ninguna parte.

Hoy es el día en que Nueva York es más centro del mundo que nunca. Objetivo de todos, memoria de un mundo que cambió tal día como hoy, hace diez años. Hay una especie de nudo que vuelve a la boca del estómago cada vez que volvemos a aquel momento o nos quedamos congelados contemplando aquellas imágenes que siguen pareciendo mentira y que devolvieron nuestros pies a la más cruda realidad, de la cual nunca volveremos a salir. Nada volverá a ser igual, ni este ni ningún 11 de septiembre. Ni ningún 11 de ningún mes.

Recuerdo mientras veo la cadena de reportajes y documentales el silencio que sentí mientras paseaba por la Zona 0, un sábado por la mañana. Casi me sentí incapaz de fotografiarla. Algo me recorrió la médula frente aquella diminuta capilla y aquellas vigas retorcidas en forma de cruz. No tenia nada que ver con la religión si no con el origen de las cosas. ¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí? Una vez me alejé de aquellas calles la ciudad volvió a estar viva. Pero se notaba bajo su blusa nueva su cicatriz.


Al igual que me alejé por Broadway Av., cambié de canal para buscar la otra cara de la Gran Manzana. Hoy necesitaba sonreír lejos de humo, cenizas, radicalismos religiosos y políticos, ausencias y tristeza. Me refugié en la pantalla de ordenador de Carrie Bradshaw. Busque, atendiendo atentamente a esa Biblia televisiva en la que se han convertido sus temporadas, recuperar la sonrisa que me provoca un perrito caliente en las escaleras del Metropolitan, o ver leer, descalzo sobre un banco, a un joven en Central Park. Quiero recuperar mi reflejo sonriendo en un escaparate de la 5 avenida. Quiero ser libre y feliz volando entre los rascacielos de Manhattan.

Las historias de estas cuatro mujeres no dejan de ser un retrato, en clave de humor ácido y en ocasiones corrosivo, de la nueva sociedad en la que vivimos, de las relaciones personales, laborales y sexuales. Una Polaroid de nosotros mismos con tintes de caricatura con la que reirnos de nuestros propios fantasmas y miedos. En el fondo son un canto de supervivencia, de esperanza por una mañana mejor, por una agradable comida entre amigas y confesiones, por un abrazo que merezca la pena y no uno de saldo que aceptamos por no caer en el eterno y divino castigo de la soledad. Es una Biblia de querernos y querer a los nuestros. Unas tablas de la ley de amar nuestro entorno, nuestra ciudad, nuestra opción vital. Los mandamientos que nos enseñan que para querer a alguien o a algo nos tenemos que querer a nosotros mismos primero. A pesar de las adversidades y los días nublos.

Sexo en Nueva York, magdalenas y coca cola light. Cae el sol y mi mirador pierde profundidad. Y la sonrisa se duerme en mis comisuras en un día sin ningún motivo para que exista. Sigo tirado en el sofá, escaso de ropa y de ilusiones.

Se acaba el domingo con sabor a memoria del pasado y necesidad de esperanza en el futuro. ¿Qué pasará el próximo 11 S? Sólo sé que seguiré recordando aquel silencio de mañana de sábado en NYC.

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