martes, 22 de marzo de 2011

El álbum de las sonrisas color sepia

Conforme pasan los días el dolor se disuelve en la brisa o, más bien, se descascarilla y cae al suelo como esas paredes encaladas, castigadas por el sol, de tan humilde belleza. El sol parece arrancar a trozos esos jirones de salitre en que se han convertido el sedimento de las lágrimas y esa pena inmensa e infinita que ha anegado mi mundo durante los últimos días.

Ese dolor se reconvierte en una extraña sensación de paz, un tanto agridulce, como quien muerde un tomate raff prácticamente maduro. Cruje, te invade de sensaciones intensas, de rabia, de nostalgia, de sonrisas prendidas a pequeños recuerdos. Arrasa el vacío sin limites de la soledad interior en la que me he visto inmerso sin apenas tener tiempo a darme cuenta.

Intento reconstruir lentamente, sin ninguna prisa pero sin desidia, mi vida presente y futura. Nada tiene que ver ya con todo lo que había conocido hasta ahora desde el día en que nací. Nada será nunca como ninguna de las cosas que hasta ahora viví. He de trazar la línea de lo que queda del camino sin una luz que me sirva de faro, de vigía, de guía.

Aun así no me está resultando difícil afrontar el día a día. No se ha convertido la acción de respirar en un extraño suplicio del que me gustaría librarme a cualquier precio. Totalmente todo lo contrario. Tengo la sensación del deber cumplido. De tener la obligación de satisfacer las esperanzas puestas en mí. De ser agradecido a todos los esfuerzos realizados para que yo llegara hasta aquí. Que ahora, el ataque a la cumbre ya solo depende de mí, sin olvidar que sin sus sacrificios yo no hubiera llegado nunca hasta este punto.



Y mientras planeo la batalla final, que decidirá mi vida futura como adulto de primera división, van floreciendo en mi memoria cientos de imágenes de mi pasado como si fueran flores de almendro que brotan, efímeras y bellas, por unos momentos con el tono sepia de las fotografías antiguas.

Momentos sencillos, sin ninguna pompa, donde la joya más preciada era nuestra sonrisa.

Aquella mañana de Reyes en la descubrimos el Scalextric escondido tras el sofá.
Las tardes donde nos contaba los álbumes de cromos de Colombia con sus historias, a mí y a mis amigos.
Las cabalgatas y las primeras fotos vestidos de zaraguell (creo que la única de mi hermano)
Aprender a su lado a visitar las hogueras y a descubrir los mejores rincones para ver el giro de una procesión.
Las castañas asadas en las tardes de invierno en el comedor, envueltas en un paño de cocina y quemándonos las yemas de los dedos.
Las mañanas de San José  haciendo buñuelos desde la madrugada.
Aprender a elegir la verdura en el mercadillo de San Mateo.
Descubrir el secreto de los nudos del macramé en tardes infinitas.
Las pruebas de los jerseys de punto que nos hacía y que nunca tuve ni tendré mejores.
Las tardes en el sofá viendo la tele recostado sobre su cuerpo.
Tantos ratos en la Floristería de café con leche y pepas.
Tantos claveles pinchados para los tronos de Semana Santa.
El Domingo de Ramos, el que no estrena no tiene manos.
La horchata en Peret, o mejor, un Blanco y Negro.
Ponerle la mantilla de Manola, que parecía que la había llevado siempre.
Haciendo mermelada con las moras que habíamos cogido en la Font del Molí o pelando almendras en el porche de casa de Mila.
La coca de mollitas del Horno de la Esperanza con mi tazón de leche con Cola Cao.
Ir a la Santa Faz a comprar campanillas de barro blanco.
Los álbumes de cromos de los yogures en la tienda de calle Barcelona
Haciendo chapas de futbolistas y ciclistas rellenas de cera para jugar en los bordillos.
Tantas noches pasando trabajos a máquina para el colegio, por mi vagancia infantil.
Mi primer campamento en Cazorla, como corría cuando vino a vernos para abrazarla.
Montando los adornos de Navidad.
Cuantos platos nos comimos de Arroz con Coco hasta que nos salió la receta.
Haciendo coronas de gelatina rellenas de fruta.
Volviendo de clase de pintura en las Amas de Casa con un cuadro nuevo. Que orgullosos los dos.
Mi primera bicicleta.
Forrando los libros del cole.
Preparando platos divertidos el día de Nochebuena, aunque a veces no lo fuera.
Comiendo la mona en el Castillo Santa Barbara.
Viendo el Belén de la Montanyeta  y las exposiciones de la CAM
El día que vió mi primera Hoguera plantada en el Ayuntamiento.
Viendo los fuegos artificiales desde la ventana del pasillo.
Escuchando juntos la Alborada a la Virgen del Remedio
Compartiendo nuestro gusto por las novelas de García Márquez
Preparando bocadillos de pan, aceite y sal.
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Esta lista es interminable. Como interminable es su sonrisa que perdura en el aire como su perfume preferido, Rive Gauche de Ives Saint Laurent.

Creo que me ha dado tanto y tan bueno que no ha dejado casi hueco para que se notara su ausencia. A través del cristal del mirador de Belando veo pasar los recortes de millones de sonrisas de color sepia que se pierden en la noche oscura y que sin duda nos mantendrán, por siempre, más cerca que nunca.

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