miércoles, 2 de marzo de 2011

El desencanto

Hay algunos momentos en que te envuelve una película que te hace sentirte como un poco más triste, como un poco menos esperanzado. Es como una especie de gelatina invisible que impide notar el aire fresco sobre la piel o la caricia del sol. Nos convierte en seres ralentizados, con ausencia de alegría en nuestros actos o deseos. Eso vendría a ser lo que siento cuando me invade el desencanto.

Hoy es uno de esos días en los que esa sensación viscosa me separa del mundo real. Las cosas y los acontecimientos se suceden a mi alrededor esquivándome para no adherirse a esta sustancia viscosa y de efectos demoledores en el estado de ánimo.

Determinados acontecimientos, casi siempre vinculados con las relaciones humanas, son los responsables de que de repente, se vierta sobre nosotros esta masa casi líquida, transparente y de movimiento casi imperceptible. Se apodera de nuestra superficie  al mismo ritmo que la tristeza y cierta manera de furia muy contenida abarca todo nuestro interior.

Uno piensa que cuando se actúa en línea recta, sin mascaras ni escondites, se merece un trato similar. Pero todo el mundo no afronta las cosas a cara descubierta. La cobardía o la obsesión por la manipulación del entorno lleva a determinado tipo de elementos a carecer de escala ética, valor y otras virtudes que se le presuponen a la gente en la que se tiene depositada la confianza.


Hay gente que se refugia, antes de afrontar su deber, hasta el minuto final con la absurda esperanza de ser salvado por la campana o por una legión de ángeles celestiales que, capitaneados por algún jugador de fútbol que se merezca más estima que tú y haya pasado a mejor vida.

Luego está el vendecabras, aquel que se empeña en que te creas que el mundo se creo en 7 días y el tuvo que ver bastante con el proyecto. Este tipejo suele jactarse, a menudo, de lo inoperante que es la gente que le rodea y de la importancia de su papel de salvador mundial. Es una mezcla entre mesías autoproclamado y charlatán de feria, fanfarrón y desaliñado. Aparte, lo más ridículo de alguien así, es que su necesidad de hundir a su corte para relucir más, como un jarrón barato, lo hace más inútil si cabe ya que no deja de ser el responsable último y único de la elección de la misma.

También esta el canalla explotador. Aquel que carece de ningún tipo de ética o principio que no sea el de conseguir su gloria personal a costa del sacrificio de los suyos. Para mí, este tiene mejor prensa ya que no suele esconderse. Es un capullo integral, pero no lo esconde.

Otro individuo que posee la capacidad de convertirse en foco de generar desencanto es el incapaz entronizado y protegido como si de una especie en extinción se tratase. Ese inútil por devoción, al que le cuesta poner los pies en posiciones alternas en dos lineas paralelas con el fin de avanzar de forma coherente y que genera un recorrido, en forma de avance, respecto a un destino previamente decidido. Este tipo de personajes, al sentirse protegido por un ser superior que siente lastima o divertimento, tiene la desfachatez de desafiar al resto de sus compañeros, sonriendo mientras silba, como si poseyera la inmortalidad. No hay más tonto que el que ignora su condición y se la atribuye al resto.

En determinados días, el tener que lidiar con este tipo de personajes te hace perder la ilusión y ser totalmente vulnerable a los efectos del desencanto. Sobre todo cuando consideras que los susodichos eran propietarios de tu confianza, depositarios de tus aspiraciones y de proyectos comunes.

El momento más amargo es en el que descubres que todo no es un mal entendido ni una mala interpretación, sino una equivocación en la partida. Que tus apuestas se han hundido como la Armada Invencible por el efecto de una tormenta de incapacidad y negligencia manifiesta. Y por primera vez te das cuenta que nadie velará por ti mejor que tu mismo.

En ese preciso momento el desencanto se hace presa de ti. Descubres la decepción personal como una única realidad frente a tu castillo de naipes derrumbado, el cual habías construido en base a ilusiones y proyectos futuríbles y fácilmente truncables en las manos de quien es incapaz respetar la diferencia y la personalidad del individuo. En ese momento, al intentar protegerte del frío abrazando tus propios brazos, descubres que esa desagradable película viscosa del desencanto te recubre por completo.

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