martes, 8 de marzo de 2011

Ellas

Sin lugar a duda mi vida no habría sido igual sin ellas. Siempre han tenido un papel fundamental en esta senda de espinos y rosas. Nada en nuestras vidas podría serlo ya que a ellas les debemos la misma.

Desde que nacemos nos rodean, nos protegen y nos alimentan. Son nuestro primer refugio ante las adversidades o aquello que nos atemoriza. Trasmiten una paz que nadie es capaz de darnos cuando, siendo nosotros esos seres diminutos con todo por descubrir, nos abrazan como si de una armadura de algodón y azúcar se tratara.

Nos enseñan a sonreír, a marcar dónde está el limite del bien y del mal, a trazar nuestra línea ética. Se emocionan con nuestro primer paso y casi siempre son el destino de nuestra primera palabra. Lecho, cobijo y alimento. El lugar donde siempre añoras volver cuando todo va mal. El consejo sabio cuando no sabemos qué camino tomar, la senda se torna en arroyo y todo se hunde bajo nuestros pies. Siempre ellas.



En mi vida siempre me han acompañado. Desde bien pequeño, las de casa y las de enfrente. Siempre he tenido más química con ellas que con los de mi propio sexo. Siempre mi mejor confidente, mi mejor aliado, mi compañero de aventuras preferido estaba entre sus filas. Crecí entre ellas, entre sus pucheros y sus tardes de labores. Aprendí la magia de la cocina. La paciencia para las manos. El temple para la vida.

El valor, siempre el valor, porque a ellas nadie les ha regalado nada. Todo lo han conquistado en una cruel batalla con muchas bajas y resultados lentos y casi imperceptibles. Han aprendido a ser ellas mismas cuando se les negaba hasta el nombre. Han construido el mundo de los hombres cuando se les negaba la enseñanza. Han gestionado lo cotidiano aun cuando se les negaba los bienes propios. Han superado la desgracia y el abandono cuando se les negaba la compañía, en busca de otros placeres más mundanos. Mientras, su prole sólo recibía caricias y sonrisas que les protegían de la cruel verdad exterior.

Ellas siempre están ahí. Con su complicidad, con sus miradas comprensivas. Con una perspectiva sosegada de la situación ajena y una visión de dramaturgo inglés de la circunstancia propia. Siempre hay tiempo para detener el mundo y tomar un café en el que disolver confidencias, temores y proyectos esbozados. Para salir con el único objetivo de compartir risas y coleccionar nuevos momentos inolvidables, sin la necesidad de regresar a la cueva con un nuevo trofeo de caza. Para perder el tiempo paseando a la orilla del mar mientras desmenuzas las emociones de un libro de García Márquez.

De ellas he aprendido lo mejor que tengo. El sentido del humor. Los reflejos. La capacidad de trabajo. Sobreponerse al dolor. El cariño generoso. La facilidad para multiplicar lo imposible. La capacidad de amar. La sensibilidad. Cantar para uno mismo. El placer de cocinar las cosas humildes. Descifrar el arco iris entre las gotas de lluvia. La esperanza. La grandeza de una pequeña caricia en el momento justo. La sonrisa. Ser yo mismo, independientemente de mi sexo. La fortaleza frente a la adversidad. El gusto por los pequeños detalles. Las letras de las coplas antiguas. El hábito de leer.

Son tantas y de cada una de ellas tengo guardado un recuerdo diminuto y eterno. De mi Madre, millones, sobre todo el ColaCao caliente en la cama. De mi abuela, la sonrisa del sacrificio. De la Señora Milagros, las tarde en el porche de Polop hilvanando la vida. De Mila, la paciencia y la lealtad. De la Señora Anita, las Bajoques Farcides. De Cuca, mi Cuca, los paseos por Caleao y por la vida. De Mª Jose, mi vecina, mi hermana. De Chata, la coherencia. De Marga,  los laberintos de lo intelectual. De MariCarmen, mi guía espiritual. De Maribel,  la generosidad. De Yolanda, la comprensión en la diferencia. De Rosa, tan lejos y tan cerca. De Natalia, tantas risas en Kyle y antes. De Marta, mi descubrimiento. De mis viuditas, ellas ya lo saben. De Alba, la sensatez. De Piku, la complicidad. De Rita, la genialidad. De María, que es muy amiga mía.Y de Mari, también a pesar de la diferencia de edad. De Adriana, la superación modesta. De Jan, los desayunos en el Bidaluce. Así millones de imágenes me asaltan y se prenden en mi interior como exvotos de agradecimiento. Son tantas que no me parece justo seguir pegando estos minúsculos recuerdos en el tablón de la vida por si en la tarea soy injusto, por falta de memoria, con alguna.

Ellas me hacen más fuerte. Ellas me hacen más tierno. Ellas me renuevan la esperanza ante la adversidad. Ellas me recogen en la caída. Son la risa serena en los momentos de nostalgia. El gesto serio de la comprensión en los errores. Ellas nunca han diferenciado en la diferencia. Siempre me han protegido en mi debilidad.

Por todo esto y todo aquello que solo les cuento a ellas cuando se muere el sol y la vida se para alrededor. Gracias

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