viernes, 18 de marzo de 2011

La soledad del referente

Abro la puerta y atravieso el silencio en la oscuridad. Nunca me había parecido tan grande mi casa. Parece infinita en todas sus dimensiones. Me detengo en el centro de ninguna parte sin saber muy bien hacia donde avanzar. Quizás ni quiera hacerlo. Solamente deseo desplomarme sobre mis propios talones y disolverme en este aire viciado de casa cerrada.

De repente todo se ha detenido. La vorágine de los acontecimientos ha terminado de un golpe seco y mudo al cerrar esa puerta. Todo se acabó. Desde hoy nada será igual. El mundo tal y como lo he conocido hasta hoy ya no existe. Mis prioridades y obligaciones nunca volverán a ser las mismas, no como mis afectos y la memoria.

En medio de esta infinita oscuridad se entremezclan, como si se tratase de agua y aceite, emociones imposibles de unificar.

Por un lado la satisfacción del deber cumplido. La sensación de haber hecho las cosas como debía o como pensaba que debían ser. Quizá, en el último momento, un tanto intenso en las formas llevado por la emoción, pero no me arrepiento ni cambiaría ni una sola lágrima de sitio. Creo que aunque haya sido duro todo ha merecido la pena. Que ella no se merecía menos.



Por otro lado, me invade una avalancha de orfandad que nunca presentí padecer. Una extraña sensación de haber perdido el referente, el ejemplo a seguir, el lugar donde siempre se puede volver sin ninguna pregunta, el puerto donde refugiarte de todas las tormentas de la vida. He perdido el ancla que me mantenía firme en la marea, que me mantenía unido a la realidad mientras revoloteaba entre cientos de sueños y quimeras en un cielo más parecido a un noche estrellada bajo los almendros que a una esquema cuadriculado para un proyecto de vida.

En este momento nosotros pasamos a estar en la cumbre, a ser el referente para los que vienen detrás. Pasamos a ser nosotros los que debemos administrar los consejos de la experiencia siempre que nos son requeridos y, a veces, cuando no también. Nos convertimos en los que dibujamos la senda para dejar de ser quienes la siguen. Descubrimos la soledad del guía.

Y en ese mismo instante nos volvemos infinitamente pequeños y nunca volveremos a sentir de una manera tan cruda la necesidad imperiosa de salir corriendo para volverla a abrazar y esconderte bajo sus brazos en busca de su protección. Esa protección que nunca disfrutaremos de nuevo y la cual hemos despreciado en tantas ocasiones con un absurdo gesto de desdén.

En medio de esta oscuridad, en mitad de ninguna parte. Perdido en el interminable desierto en que se ha convertido estos 90 metros cuadrados. Cuando las lágrimas ya conocen la inercia del camino, descubres que te has hecho terriblemente mayor. Desgraciadamente por siempre adulto de primera división. Y en ese preciso momento comprendes que ya nunca nada volverá a ser igual.

La muerte está tan segura de su victoria que nos da toda una vida de ventaja (Pintada callejera)

1 comentario:

  1. Desde ahora,tus alegrías,tus tristezas,tus miedos,tus esperanzas,tus recuerdos,tus dudas...
    siempre estaran marcadas por el dolor de la ausencia que sólo el tiempo suaviza.un abrazo Pas

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