domingo, 10 de abril de 2011

De repente, un extraño

En un extraño ejercicio de videncia, en algún momento del mes pasado, le afirmé a alguien muy cercano que este año sería un año de cambios importantes en mi vida. Podemos decir que la misma tampoco es que sea excesivamente convencional. No ejerzo el funcionariado ni vivo alojado en El día de la marmota. No tengo una casa al uso ni uno de esos coches que te convierten en protagonista de un espacio comercial de 20 segundos con una vida envidiable e intensa. Una de esas vidas en las que abrir la nevera se puede convertir en la nueva entrega de Indiana Jones o subirte al coche es como tener un concierto acústico del grupo de moda en los asientos posteriores.

No creo que sea un hombre gris sin expectativas ni ilusiones. Más bien creo que soy un poco culo de mal asiento. Mi naturaleza de Géminis de libro me hace voluble, creativo, con habilidades sociales y una marcada diferencia entre mi Yo público y mi Yo privado. De hecho, en etapas tan convulsas como esta, me resulta complicado convivir con los dos al mismo tiempo en el pequeño espacio de mi estructura ósea.

Hace apenas cuatro meses no podría imaginar nada de lo que me ocurre en este momento. Mi Tsunamí laboral, mi nueva realidad familiar o la reconstrucción de mi escala de prioridades y objetivos a corto y medio plazo hacen que me resulte excitante y desconcertante, a la par, levantarme cada mañana sin saber muy bien como va a terminar cada día. Cada jornada es una pequeña montaña rusa.

Todo este maremoto me había obligado a abandonar un tanto mi vida personal. Supongo que pensaba que era demasiado jamón para tan poco cerdo. Después de unos años bastante inciertos en este campo, donde he ido dando bandazos de una historia compleja a otra que lo era más, si cabe, decidí aparcar esta parcela donde no es que haya cosechado yo muchos trofeos ni muchas puertas grandes. Como diría el gran Cagancho " Ni Dios que lo quiera". 





Quizás siempre me he refugiado en estas historias complejas con el objetivo de no dejarme ser cazado. Dicho así parece un tanto presuntuoso pero no es más que un arma de defensa. Una manera de protegerme de los dolores del corazón. Con los cambios de tiempo, todavía, son muchas las cicatrices que escuecen como consecuencia de errores y fracasos pasados.

Pero la Vida y los dioses griegos y egipcios, que no deben tener nada que hacer más que observar mi trayectoria a través de su estanque de los mortales, parecen estar alerta a mis bajadas de guardia. Cuando menos claro tengo plantearme ningún tipo de relación que complique, más si cabe, mi convulsa situación, estos se empeñan en hacerme emboscadas en el camino e intentar distraerme con cantos de sirena. Cantos que no negaré que me agradan y en algunos casos me encantaría llevar en mi Ipod como música de cabecera, en el bolsillo de mi americana, cerca del corazón.

Reconozco que hace mucho tiempo que nadie conseguía distraer mi mente de otros asuntos, ni esbozar una sonrisilla estúpida ante el tono de los sms de mi móvil personal. En este momento, en que mis defensas se concentrar en que no se derrumbe mi frágil estructura anímica interior, creo que descuide alguna pequeña brecha por la que se ha colado algún soplo de aire fresco que no se bien si me pone alerta o me despeja de ambiente viciado y con cierto olor a humedad que tienen todas las estancias cerradas y a oscuras.

No negaré que me asusta la idea de la ruptura paulatina y progresiva de esa pequeña brecha para convertirse en una ventana a algo más serio. Tampoco negaré que he vuelto a sentir el aleteo generoso y sutil de las mariposas de la primavera. Bendita brecha.

A veces me asusta mi condición de vidente incontrolable. Espero, con los años, poder dominar esta, con el fin de convertirla en una herramienta que me facilite el camino de la felicidad en este llano árido donde parecen despertar los brotes de futuros vergeles.

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