sábado, 23 de abril de 2011

La cadencia de la música procesional

Sábado de Gloria. Olor a flores y a canela. El aire esta húmedo por unas lluvias inoportunas. El sol, tímido, se resiste a calentar el ambiente. La Semana Santa agoniza a la par que el viejo invierno, ya caducado hace semanas, se resiste a morir.

Por fin el tiempo se para por unos días, tras el ritmo infernal del último mes. Tiempo para el silencio, tiempo para la calma, tiempo para poner en valor los daños del huracan.

La última semana se ha desarrollado entre cubetas de flores, tronos a medio vestir, santos fuera de su lugar habitual, olor a incienso, cera y marchas procesionales. Un año más me he sumergido en el extraño mundo de dar vida y ornamentar algunos pasos de la Semana Santa. Llevo años haciendolo pero nunca había tenido tanto pánico al reto como este.

El reto no era solamente aderezarlos de flores, más o menos al tono, sin excesivas estridencias pero sin dejar de tener esa dósis de novedad que se presupone a mis arreglos florales. Era enfrentarse a otros fantasmas que eran nuevos en mí.

Ausencias más presentes que nunca, en cada clavel que pinchaba, en ese banco vacio donde siempre se iba mi mirada esperando equivocarse. El regreso a mis raices cerradas un jueves a cal y canto sin tenerlo previsto. Mirar a ese balcón que nunca más se abrirá. El miedo a disfrutar más de la cuenta haciendo aquello a lo que renuncie por sumergirme en este océano que me ahoga ahora. Miedo a ser incapaz de crear belleza cuando soy incapaz de mantener una sonrisa más de 15 minutos sin que parezca una mueca.

Ante esta tesitura y sin ninguna intención de darle oportunidad alguna al pánico escénico, dejo la mente en blanco, me desnudo por dentro de todo este equipaje anímico y me dejo caer al abismo de la creación en un maratón de tronos, espacios y santos de diversa índole y advocación.

La primera dificultad es abstraerte de tu mundo y de su ruido y ritmo diario para encerrarte en una nave, parada en el tiempo y varada en medio de un puerto, ante cinco pasos, cinco historias, cinco conceptos distintos del mismo dolor. Decidir su lenguaje, traducido a flores, diez días antes te impide vivir en la absoluta improvisación. Valor, para mí, fundamental en mi proceso creativo. Once traducciones para once tronos. Cada uno cuenta una episodio de la historia sacra. Es una especie de sucesión de imágenes en 3D que se desplaza por las calles para contar, sin excesiva literatura, a un público perdido en su vorágine de vida particular.

Mientras visten las imágenes de los tronos, descargamos millares de flores entre aromas de eucalipto y alhelí. Mi cabeza intenta optimizar recursos y tiempos para elaborar tan compleja tarea. Cada trono tiene una forma diferente de trabajarlo. Depende del tipo de historia o de imagen. Puede ser un trono de misterio, que recrea un suceso concreto del nuevo testamento, o un trono de pasión, donde se representa un Cristo. Puede ser una Virgen, cuyas flores suelen ser blancas o una imagen de una Santa, como la Santa Mujer Verónica, santa pero no virgen, entonces sus flores son de color. Escenas de campo, escenas de dolor, o de milagros. ¿Cómo trasladar todo esto a través de las flores?


Todo esto sería más fácil desde la fé, de la cual carezco desde hace muchos años, por lo menos tal y como la entiende la Iglesia Moderna ( lo de Moderna es totalmente irónico). Para mí no deja de ser un trabajo más cercano a la belleza plástica que la espiritual. Aun así, reconozco que no es lo mismo que crear un logotipo, o un anuncio. Es una manera de darle voz, de generar un lenguaje con el que te comunicas con el que observa los tronos en procesión, tanto desde la devoción como desde la posición de mero espectador de un fabuloso espectáculo de calle.  Música, vestuario, velas, incienso, interacción entre público y elenco, decorados móviles, emoción, sufrimiento y exaltación. ¿Qué más se puede pedir?

Con todos estos condicionantes, me dejo caer en ese abismo del que hablaba y, mientras el aire araña mi frente y mi alma cae a la merced del viento, mi mente empieza a esbozar los palimpsestos florales de cada trono. Campo de calas que se entrelazan frente a la Samaritana. Hortensias y tulipanes para la Oración en el huerto. Multitud de colores y variedades para el milagro de la Mujer Verónica. Etc... La música de las marchas procesionales se escapa de un coche en esta nave sucia y destartalada, mezclandose entre romeros y olivos plantados por unos días.

Después de la primera etapa y cinco tronos superados, uno de los grandes retos. El Cristo del Mar. Afrontarlo supone enfrentame a mi memoria, a los recuerdos, a tantos Martes Santos donde mi admiración por el arte se quedaba prendida en esa red que colgaba de su cruz. A mi madre le debo la cultura de la Semana Santa. Procesiones, rincones, templos y saetas. Torrijas, churros a la vera de San Nicolas de madrugada, Silencio en la calle Labradores. Fervor desatado de gritos y color en Santa Cruz. Contención y elegancia en Santa María prendido en las alas de las palomas del manto de la Virgen de los Dolores. Viernes Santo en la Explanada viendo a la Verónica flotar sobre sus ondas con mis zapatos nuevos.

Y me cuelgo de mi visión particular de la tradición. Mi tradición, como yo la entiendo. Clavel rojo que se transforma en sangre. Tulipán que brota como brotaba el drama en los poemas de Lorca. Volumen para sentir el tacto del dolor con la mirada. Tensión roja sobre musgo verde para entender la pasión convertida en belleza.

Tras tejer este tapiz de miles de claveles rojos, cambiamos el tercio para volver a los origenes. De nuevo el Plá, de nuevo nuestros primeros tronos. Donde aprendimos a pinchar claveles, a contar historias bíblicas mezclando aromas. Allí me falta el aliento, allí me falta el ánimo porque no debo buscar en los recuerdos sino sobrevivirlos en cada esquina. No había llegado y ya la echaba de menos en su banco de hierro blanco pinchando flores sin ninguna necesidad de hacerlo más allá que la de sentirse participe de la efímera belleza que me ayudo a descubrir desde pequeño. Tres tronos más, tres historias. Alguna no lleva mi firma porque no me pertenece. Desde hace años solamente lo tocan las manos prodigiosas de Adriana aunque yo marque la pauta. Yo no podría narrarlo mejor de lo que ella lo hace. Y mientras repasas las últimas flores de estos tapices más modestos pero iguales de descriptivos, la música deja flotar su cadencia entre los ficus centenarios del MARQ.

Y llega la noche y nos encerramos ante la prueba de fuego. Mi trono favorito desde que tengo uso de razón. Por primera vez solos, ellos y nosotros, en Santa María. Ellos, Dolores y Juan, tallas de Castillo Lastrucci que generan emoción cuando las observas, cara a cara, en la distancia corta. Nosotros, profanos que trabajamos las flores para intentar hacerlos más bellos si cabe. No es la primera vez que me enfrento a este trono, pero nunca ha significado tanto para mí como esta noche. Sé que hoy debo rozar la perfección. Sé que se lo debo. Que tengo que contar, a través de esos claveles blancos, todo lo que siento cuando veo una levantá, o lo que pasa por mi mirada cuando gira las Monjas, o cuando sube Villavieja agonizando la cera entre sones de habanera. Emoción  y belleza extrema. Es un sentimiento que, en mi caso por lo menos, no tiene nada que ver con la devoción pero sí con la tradicción y mi memoria personal. Es un patrimonio de mis sentimientos, tan respetables como el resto.

Y llegan las siete de la tarde y se abre el portón. Y por primera vez, en muchos años, estoy en la plaza de Santa María como cuando era níño para ver salir la procesión. Y tras las jambas barrocas suenan tambores que quiebran el bullicio anunciando al Cristo que sale estallando en color bajo el sol de la tarde. Y tras él, La Virgen de los Dolores y San Juan de la Palma se mecen, clonando la cadencia de las marchas, sobre los pasos cortos y disciplinados de sus costaleros. Y se adentran en el Barrio entre aromas de incienso, fresia y clavel. Y ante las Monjas, destilando su belleza extrema y contenida, se va al cielo por ella. Y en ese preciso momento entiendo que he ganado el reto. Que sido capaz de transmitir, a través de las alas de las orquideas blancas, la belleza del vuelo de nuestra memoria, flotando entre los sones de la música procesional.

No hay comentarios:

Publicar un comentario