miércoles, 20 de abril de 2011

No es lo mismo

Se avecina tiempo de mantillas y torrijas. Clavel rojo y rosas blancas rozando las paredes del casco antiguo. Chirriar de ruedas sobre la cera de los hachones derramada en el asfalto. Caramelos para los niños. Llega la Semana Santa.

No es que vaya yo a hacer aquí el guión de un episodio del NO-DO, ni aunque lo recitara Matías Prats, ni mucho menos. Es cierto que en esta ciudad los desfiles procesionales son un acto social, sin lugar a duda. Aquí no hay apellido que se precie que no tenga vinculación a una hermandad, cofradía o similar, incluso en algunos casos, a un trono en concreto.

Nadie duda, por lo menos yo no, de la devoción que marcha detrás o delante de cada uno de los cofrades y damas de mantilla de estos desfiles. Pero hay un halo en todo el conjunto del ritual de las procesiones que tiene que mucho que ver con el ver y ser visto.

Evidentemente no es lo mismo procesionar delante de La Verónica o El Cristo del Mar que de la Sentencia. No es lo mismo bajar Santa Cruz que cargar Stabat Mater. Ni es lo mismo el Cristo de la buena Muerte que el de los Agustinos.

No es mejor ni peor. Pero no es lo mismo.

Algunas procesiones se asocian a colegios, a colectivos profesionales, a barrios e incluso, por que no decirlo, a clases sociales. Los que acuden a verlas también se podrían clasificar. Hay gente que no sabe que existe una procesión del Palamó, y sus arreglos florales distan delos que adornan otros pasos. Con lo cual, Dios, uno y trino, en estas fechas tiene públicos diversos, y gustos más diversos si cabe, dependiendo de la advocación a la que pertenezca su representación.

Digamos que hay Vírgenes y Cristos de Lefties y de Carolina Herrera, para que me entiendan los profanos. No todos los tronos son igual de ricos, ni van igual de ornamentados, ni mucho menos van igual de acompañados de apellidos o caras ilustres.



Es cierto que en las presidencias de las procesiones se ven por igual, indistintamente sea la procedencia de la misma, caras ilustres que acompañan a la misma. Pero lo que da caché ( y no se malinterprete esto, que no tiene que ver con la religión) es la nomina de rostros conocidos y apellidos que se entremezclan en los capuchinos, costaleros y damas de mantilla. Todos sabemos lo que son los Caturla para la noche del Jueves Santo. O que conseller carga el Cristo del Mar y la Verónica. A que familia le corresponde ser capataz del Cristo de la Buena Muerte.

Y ahí esta la diferencia.

No es mejor ni peor. Pero no es lo mismo.

Y al otro lado de las aceras tampoco es igual. No es lo mismo ver las procesiones que vienen de los barrios de la ciudad que las que vienen de Santa Maria o San Nicolás. No es lo mismo la silla a 3 euros de la carrera oficial que el balcón con torrijas y vino dulce. No es lo mismo el chándal, por muy negro que sea, que la chaqueta cruzada con corbata. En este caso tengo dudas sobre si es mejor o peor. Pero no es lo mismo.

Y tampoco es igual, hacer descanso en la barrita del Nou Manolin o del Jumillano que el puesto de churros con bombillas fundidas. Ni las manzanas de caramelo o los chuches que las añoradas milhojas de Seguí. Nunca podrá ser lo mismo.

Lo que siempre será igual es el estremecimiento al ver salir a San Juan de la Palma de rodillas en Santa María, o el mar silente de promesas tras el Cristo de la Buena Muerte, La Esperanza doblando esquinas imposibles en San Antón o el Cristo de los Gitanos que un día se va a coger a un balcón para no caerse por la calle San Rafael. Ante esos momentos, todos nos igualamos. No es mejor ni peor. Pero somos los mismos.

DE MODA


Tras la aparición de la primavera, con más timidez que otros años, se empieza a ver la moda de primavera en nuestras calles. Atención al color nude y a los grises.

Vuelven las Boutiques pequeñas y cuidadas. Volvemos a la diferencia frente  a la democracia del grupo Inditex.

DE MODÉ


No se deben comer pipas en las procesiones. Para eso ya ponen Ben-Hur en la tele, y Rey de Reyes o La Túnica Sagrada. Ni se cruza entre los capuchinos, que un día os tenia que pillar un paso, somagantos.

Recordarle a las damas de mantilla que son penitentes. Los escotes no son balcones, a poder ser se evitan, al igual que se debe ser generosa en el largo de mangas y falda. A la par, se agradece austeridad en joyas, brocados y bordados. Para eso ya está la gala de las Bellezas en el Puerto, pero un poquito más adelante.

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