domingo, 10 de abril de 2011

Esta tarde vi llover, vi gente correr....

Hay días en que toda vela se desinfla después del huracán. Que todo parece despoblarte por dentro después de sentirte rebosado por los acontecimientos y los sentimientos. Cuando la tempestad abandona nuestra costa aparece la calma y en ocasiones descubrimos los destrozos que resultan de la misma.

De repente, tras la vorágine de las obligaciones ineludibles que uno se busca para evitar pensar, llega el vacío al que inexorablemente te tienes que enfrentar. Ante la bóveda casi claustrofóbica de la soledad repentina no electa no queda otra elección que alzar el vuelo, sacando fuerzas de flaqueza y afrontando el difícil reto de convertir en añicos esa especie de corteza que nos recubre, tras la perdida cada día un poco más, compuesta de dolor, recuerdos y cosas que debimos hacer y nunca encontramos el momento.

Poco a poco, nuestras alas recobran el tono de la batida. Nuestro gesto recobra la línea y cierta elegancia. Nuestra mirada, no exenta de cierta nostalgia que por siempre permanecerá ahí, busca de nuevo un punto en el horizonte, cada día más lejano y deseado. Y nuestra sonrisa torna a existir, una vez más, venciendo a las marismas que la Vida antepone en nuestro camino. Cierto es que su dibujo nunca volverá a ser el mismo, ni mejor ni peor, pero nunca el mismo.

En este nuevo viaje la memoria se convierte en un amuleto en nuestro camino. A ratos amanece esa sensación que solo los nicaragüenses han sabido definir con una sola palabra. La cavanga.



La cavanga es esa sensación de nostalgia, de morriña de la felicidad absoluta. Ese anhelo por querer volver a los buenos tiempos pasados. No quiere decir que cualquier tiempo pasado fuese mejor, si no desear retornar a la felicidad plena, la añoranza de la sonrisa total, la externa y la interna. Es una especie de intento de volver atrás en la historia y detener el tiempo y la Vida en un estadio de alegría plena y estabilidad emocional casi perfecta.

Una mañana descubres que el sol sigue brillando tras de la cavanga ajeno a tus sentimientos de mundo inerte y absolutamente inmóvil por siempre, debido a tu dolor extremo. Que hay muchas cosas por descubrir y muchos proyectos por culminar. Que hay tanta gente a tu alrededor que se preocupa por ti que sería totalmente injusto obviar su presencia y no corresponderla.

En estos casos hay tantas formas de estar. Hay gente que hace de su presencia física un referente. Otras no las ves pero las sientes en todo momento. Otras esperan al otro lado de la línea por si en cualquier momento necesitas ejercitar una llamada desesperada de auxilio. Y hay también quien nunca pensaste que estaría y se convierte en un apoyo indispensable con una sonrisa, un buenos días o un cupcake para parar el tiovivo de los acontecimientos y los sentimientos desatados en barrena. Y miras a tu alrededor y descubres que tu mayor tesoro, tu mejor capital es el de la gente que te rodea, que te apoya en esta extraña travesía.

Descubres, al comenzar a cruzar ese desierto que tu mirada apesadumbrada atisbaba en el horizonte, que  a cada paso florece un vergel de personas que te dan sombra, alimento y sacian tu sed en este nuevo viaje. Ellos son la verdadera razón para seguir. Ellos son quien hacen la senda fácil, quienes se convierten en el descanso del guerrero en las diminutas derrotas en las batallas del alma que acontecen en esta odisea de tu nueva vida. Ellos son el consejo, el aliento y apoyo ahora en que uno se ha convertido en su propio referente y en gestor y obra de tu propio proyecto de futuro.

Descubres, que por duro que parezca el camino a veces, el horizonte siempre es luminoso y apetecible. Descubres el futuro y el deseo por convertirlo en el mejor presente posible. Recuperas la capacidad por ilusionarte por ti mismo. Porque ahora a quien no debes decepcionar es a ti.

Tus alas adultas y poderosas se han deshecho del esa cascarilla pétrea y dolorosa que recubría tu ánimo. Y alzas el vuelo sobrevolando las arenas extensas de la soledad y el desconsuelo para hacerte grande bajo un nuevo sol. Y al batir con fuerza las mismas te reconoces en aquellos que te acompañan y que reemprenden el vuelo contigo, después de rescatarte de la zozobra.

Y aunque a veces, al escuchar los acordes de algún bolero que te devuelve a la nostalgia por la ausencia cercana, las lágrimas se escapen furtivas por tu mejilla pon rumbo al sol y, alzando elegante el cuello hacia su calor, déjalas que se sequen lentamente mientras buscas de nuevo el horizonte, teniendo siempre presente la certeza de la presencia del ausente y que, seguramente, no esperaría otra cosa de ti.

Como me dijo alguien hace unos días a modo de testamento vital, " Estoy orgullosa de ellos, porque aunque a veces no hayan hecho lo que debían, han hecho lo querían. Viven como han querido vivir y eso me hace feliz"



Esta tarde vi llover
vi gente correr
y no estábas tú


La otra noche vi brillar 
un lucero azul
y no estabas tú


La otra tarde vi que un ave enamorada
daba besos a su amor ilusionada
y no estabas tú


Esta tarde vi llover
vi gente correr
y no estabas tú


El otoño vi llegar
al mar oí cantar
y no estabas tú


Yo no sé cuanto me quieres
si me extrañas o me engañas
solo sé que vi llover
vi gente correr
y no estabas tú

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