miércoles, 13 de octubre de 2010

El papel dorado de la mantequilla

El transcurso de los años, las experiencias, buenas o malas, la vida en sí genera, en todos nosotros, una especie de corteza, trenzada a base de cicatrices, que complica cada vez más que el extraño pueda conocer nuestro verdadero interior. Viene a ser como el papel dorado de la mantequilla, que impide que cuando su contenido se reblandece, por el calor u otro tipo de ataque externo, se vierta sin consuelo ni control.

Y digo como la mantequilla porque luego están las margarinas y sucedáneos, que ni sufren ni padecen ni pueden tener sentimientos, ya que carecen de la verdadera alma y la esencia del producto auténtico. Aparte de parecer ser lo que no son, vienen en unos estúpidos recipientes de plástico que sólo sirven para contaminar, ser apilados en el lineal del Carrefour, molestar poco en el duro trance de la nevera de la vida y ser manejable durante el desayuno, en un mundo de sentimientos de usar y tirar.

Las mantequillas de verdad, envueltas meticulosamente en su papel dorado, nacen para disfrutar de su vida en una mantequillera de porcelana inglesa o de vidrio checo. Ser tratadas con delicadeza con un cubierto especial para estos menesteres, y no con un cuchillo de sierra de los que salen en los paquetes de magdalenas del súper. Formar parte de delicadas recetas que nos endulzan la vida o acompañar a exquisitas viandas, en perfecto matrimonio, como al caviar iraní o el salmón noruego. Y no como el Tulipán, que su máxima aspiración es engrasar un bocata de chopped en un patio de colegio.


Pero una verdadera mantequilla, por muy buena que sea, no es perceptible, por el extraño, detrás de su papel dorado. Como mucho el envoltorio puede despertar el interés, la curiosidad incluso, en extrañas ocasiones, el deseo. Pero es aquella, y su esencia, las que son capaces de emocionar a nuestros sentidos, emborrachar nuestro paladar, hacernos volar entre los pliegues de la memoria hasta un croissant de la infancia. Son culpables de despertar nuestra sonrisa, nuestra necesidad de hacerlas formar parte de nuestra dieta y desear experimentar momentos únicos, vividos en la intimidad de la relación entre uno y su mantequilla.

El éxito de las relaciones humanas tienen mucho que ver con la capacidad que tengamos para deshacernos, en la distancia corta, de nuestro papel dorado o de saber desenvolver al contrario del suyo con sutileza y mucho respeto. Esa corteza de cicatrices que desarrollamos durante nuestro viaje vital y que nos protege del peligro exterior, casi siempre formada por las heridas de experiencias vividas anteriormente, es, a veces, el peor de nuestros aliados. Cierto es, que con los años, la pátina dorada de nuestras cicatrices y nuestras canas nos confiere cierto aire de respetabilidad y nos hace un poco más inaccesibles. Creemos que, con todo ello, somos menos vulnerables, más inteligentes y deseables.

Pero nunca le hemos pedido a la mantequilla que fuera inteligente ni poco vulnerable. Le pedimos que sea dúctil, cremosa, un poco salada y que siempre deje un buen sabor de boca. Y sobre todo, que sea verdad. Que una vez que quitamos el envoltorio sea mantequilla, nada más que auténtica mantequilla. Inteligente podría ser una margarina que se hiciera pasar por mantequilla..,  pero en el último momento, en ese momento casi de comunión en el paladar, lo que queremos es que sea verdad, que no nos mientan siendo inteligentes. Queremos que se funda, despertando los más recónditos rincones de nuestros sentidos, para desear volver a sentir la necesidad de que sea nuestra una y otra vez.

Si realmente, en muchas ocasiones, nos dejásemos mostrar sin nuestras heridas inacabadas de cicatrizar, sin prejuicios y sin la necesidad de brillar más que el traje nuevo del emperador, conseguiríamos fluir de un modo honesto y veraz, mostrando, ante el calor de la relación humana, nuestras mejores virtudes y actitudes. Cuanto facilitaría las cosas si supiéramos desprendernos de nuestro dorado envoltorio para ser nosotros mismos.

lunes, 11 de octubre de 2010

La maternidad

Es curioso las extrañas reacciones de las mujeres en edad fértil, en cuanto lo que se refiere a la maternidad, en la actualidad. Como cambian las cosas.

Antes las mujeres, en su casi completa mayoría, asumían su papel de mula, arado y tierra de labranza. No es una afirmación machista, nada más lejos de mi intención. A la mujer se la educaba para cargar con el trabajo de la casa, hijos, enfermos (aunque estos no fueran de su sangre) y demás quehaceres de la perfecta esposa. Vamos, trabajar como una mula de sol a sol, incluso un poco más. También para ser tierra de labranza, por tratarlas como meras máquinas engendradoras de vástagos. Si eran machos mejor, y alguna hembra por si hay que cuidar a los abuelos y esas cosas. Y arado, por recaer en ellas el peso de la formación de los hijos, en todos los campos de la vida. Excepto si eran varones, que los machos de la familia ya se encargaban de llevárselos de putas.

Gracias a los avances sociales, que no a Dios ni a la Iglesia precisamente, la igualdad va ganando terreno y adeptos en nuestra sociedad. La corresponsabilidad en las funciones domésticas y de educación son casi un obligación tácita en las parejas actuales. Y los que no lo ven así, sean hombres o mujeres, casi mejor que no procreen, a ver si con un poquito de suerte se extinguen. La mujer se incorpora al mercado laboral y la conciliación laboral comienza a ser un hecho. Y además, se impone cada vez más la idea de la maternidad como un hecho responsable y voluntario del género femenino. Que para eso cargan con el bombo 9 meses, después de escasos 20 segundos de gloría, si se da el caso de haberlos disfrutado.

Y ante esta libertad de decisión de ellas, me sorprenden las distintas actitudes que adoptan las nuevas generaciones ante el pre, el embarazo y el post...

Hay mujeres, representantes de estas nuevas conquistas en el campo de lo paritario, que se plantean la maternidad como una amenaza a estos avances sociales. Sin duda, es comprensible que, visto lo visto durante generaciones, piensen que la victoria en la batalla del reparto equitativo del trabajo en la familia no sea más que una derrota en la guerra de cargar sola con los hijos, una vez paridos.


Antes de recibir la llamada de la jungla de la maternidad, ahora se calculan fechas, vacaciones, posicionamiento laboral, estrategias de crecimiento personal, todo esto para ver si engendrar un hijo entra o no en agenda. Se negocian movimientos personales y laborales con la pareja para poner fecha viable del proyecto Siguiente Generación. No tiene, este proceso, menos asperezas y conflictos que cualquier negociación de un convenio colectivo cualquiera. Incluso se dan casos de huelgas de bragas subidas para aflojar la presión del colectivo macho en el toma de decisión de fechas concretas y acuciantes.

Me parece muy correcta la decisión sobre la maternidad y el derecho de disposición sobre el propio cuerpo. Si no fuera porque una vez tomada la decisión de ser madre... se pierda la batalla de las hormonas.

La más agresiva de las ejecutivas, una vez que se convierte en recipiente gestante, se trasforma en un gatito siamés ronroneante, de lágrima fácil, ante una cenefa de ositos pintados o un body de ganchillo con un nombre bordado. Hace de la elección del ajuar prenatal un proyecto empresarial ambicioso y absorbente, casi tan apasionante como la fusión imposible de las cajas de ahorros.

La más cool de las hippijas se puede ver fascinada por el estampado Liberty en tonos rosas en vez de por el body de Los Ramones que siempre pensó ponerle a su futuro e improbable descendiente. Aprenderá términos imposibles como vainica, plumeti, faldón, piqué, organza y capotita..., sí, capotita. Y el nombre que las noquea a todas. Bugaboo.

La carga hormonal hace transformaciones casi vampíricas en las mujeres de hoy en día. La lactancia las transforma en animales de hábitos y costumbres que niegan los adelantos de la vida moderna, como el biberón, la nevera o el reciente descubrimiento de la capacidad neuronal del marido, y padre por igual, para darle una toma sin asesinar a la criatura. Menos mal que Zara ha sacado una colección Pre-mama, porque si no volverían a las pieles y las cavernas, protegiendo a sus crías, con el hacha de sílex, en vez de con el bolso de Louis Vuitton. Ah , me equivoco. Zara también a vuelto a las pieles. ¿Estarán embarazadas sus diseñadoras de culto?

Eso sí, todas coinciden, al liberarse de la sobredosis hormonal, que esa situación no es más que un trastorno mental transitorio, bañado de lagrimas, de absurdos bandazos de humor y ridículos cambios de voz cuando se dirigen, con las manitas puestas como las garras de un águila en el borde del moisés, a la criatura neonata emitiendo extraños sonidos guturales, como si hubiesen perdido realmente la razón. Ajo, ajo, chichichi, ayayayay....quien se va a comer esa barrigota...juhhhhuggggjuuguhtguug....ajo, ajo ajoooo!!! ¿¿Qué coño te está pasando en la voz??? Que es un niño y no la copia china de E.T.!!!!!!!

En este último punto, por ser justos con la verdad de las cosas, la transformación vocal no va ligada a las hormonas. La sufren por igual casi todos los adultos que, ante la presencia de un bebé e independientemente de su coeficiente intelectual, se les cortocircuitea el cerebro volviendo a ese idioma ininteligible para el resto de los mortales no afectos por ningún tipo de sentimiento o cariño hacia ese futuro destrozacabinas o chony consumebotellones.

Y es que el universo de la creación nos es tan desconocido como desconcertante a los mortales que nos hace decir Donde dije digo, digo Diego. ¿Serán las hormonas o la naturaleza humana en si?

domingo, 10 de octubre de 2010

La espera

Hay cosas que han evolucionado de una manera vertiginosa en los últimos tiempos. La democratización  de la Moda, gracias al imperio Inditex que permite que más de un muerto de hambre lo sea por su adicción compulsiva a los 18 cambios de temporada del emporio, es una de ellas. El acceso a la educación, que ha igualado a los licenciados con los operarios... Todos comparten cola del paro y los más jóvenes se Quedan tó locos ante la carencia de oportunidades a pesar de tu formación. La igualdad de sexo en el trabajo, los mileuristas lo son con indiferencia de su sexo. Pero si algo a cambiado en los últimos 30 años es el concepto de la espera.

Desde la aparición de esos extraños artilugios, que nos hacen hablar por la calle como las locas de las coplas de Marifé de Triana, osea, los teléfonos móviles, nuestro concepto del tiempo y la espera se han perturbado de una manera casi ridícula. Quien no ha ido a recoger a un amigo a su casa y lo llama para decirle "Baja"....¿Y el telefonillo, para que existe el telefonillo de toda la vida? Ha desaparecido ese momento mágico de la primera cita, en el que dudas si atreverte a tocar el timbre de casa de sus padres por si la voz de ogro de su progenitor, o en su defecto el hermano mayor, se transforma por la rejilla del altavoz en monstruo y te devora en el peldaño de mármol blanco sin compasión, como venganza por la osadía de pretender a la la joyita de la familia. Ahora todo lo arreglan con un llamacuelga  y no hay ni tensión ni emoción.

Las citas de todo tipo han evolucionado, por la aparición de los móviles, hasta ser generadoras de situaciones absurdas por doquier. Antes se quedaba en un sitio y no te ponías nervioso, impaciente o molesto hasta que no pasaba un cuarto de hora de espera o incluso más. Ahora tenemos el móvil cargado desde el segundo uno con un amenazante "¿Pero dónde estás?" o incluso antes, con un "Estoy llegando y no te veo..."

Estas serían las actitudes del que llama, pero aún pueden ser más ridículas las del que contesta. Si estás viendo a tu futuro interlocutor como desespera llamándote a 5 metros de ti, ¿Para que contestas? ¿Tamos tontos o qué? Y más desesperante es esa situación de ver a una fémina escarbando en uno de esos bolsos, que parecen hechos de la misma piel que el de SportBilly, mientras suena insistente un politono de Beyonceé y saca, y saca,y saca enseres extraños, que no sería capaz ni de explicar su presencia el propio Iker Jiménez, parada en medio de un paso de cebra interrumpiendo la caótica circulación de toda la ciudad. Mientras el que llama insiste, dos manzanas más allá, como si el mundo terminara por un retraso de 5 minutos. Y lo único que ha sucedido es un caos circulatorio de las dimensiones del Japón y una contaminación acústica de unos 5000 decibelios. y una serie de recuerdos a sus progenitores y antepasados....y todo tipo de agresiones verbales hacia su género mujer.


Absurdo es, sin duda alguna, el cambio experimentado cuando, después de conocer a alguien, se espera la primera llamada. Antes la procesión iba por dentro. Durante unos días se mantenía el tipo hasta, que no pudiendo resistir más, se preguntaba en casa, casi con desdén, "¿No me ha llamado nadie?" Si ya sabías la respuesta, ¿para qué coño preguntas? te decías a ti mismo. Habías levantado la liebre y todo el mundo intentaría coger esa llamada como un trofeo de guerra, con lo cual solo quedaba un camino. Correr como un poseso cada vez que sonaba el teléfono , derribando con el hombro a la abuela, saltando por encima de los sofás, sin apoyarte en los cubrebrazos de ganchillo de la tía Tere, y cogiendo, antes del sexto tono el auricular de ese modelo Gondola de color rojo, sin aparentar jadeos ni desesperación. Luego descubrimos que lo del tono daba igual, porque no teníamos contestador.

Ahora nos pasamos horas, a veces solo minutos mirando el móvil, como un inspector de la KGB intentando intimidarlo para que suene, antes de perpetrar el primer sms recordando lo bien que lo pasaste la noche de autos. Si no obtienes respuesta en lo que dura el track 3 de Malú, CD que has elegido para poner banda sonora desesperada a esta situación, empezaras a mandar smses de forma compulsiva sin plantearte que tu deseado interlocutor/a puede estar durmiendo, en una reunión , haciendo deporte, en la ducha o en el peor de los casos, tiene el mismo interés en contestar como el que tiene por que le cuelguen de los pulgares de los pies desde la terraza de la Torre Picasso.

Con ese glamour que tenían esas largas caminatas por el salón o el cuarto de estar, mirando de reojo el circulo perforado de los números, con aquel frenillo metálico para que el dedo no se pasara de largo. Se han sustituido por esa posición, casi de salida de carrera de 100 metros lisos, sentado en el borde del sofá mirando el Iphone personal, la Blackberry del trabajo, el Messenger y el Facebook  con más aspecto de videoclip de Lady Gaga que del final de Lo que el viento se llevó.

Evidentemente, los tiempos cambian. Y la percepción de la espera también lo ha hecho, para hacernos más ridículos y desesperados, si cabe. Contención, amigos, contención... que os habla la voz de la experiencia.

PD: Y a ver si coges el móvil de una p... vez!!!!!!!!!!!!!!!!!

viernes, 8 de octubre de 2010

La imprudencia

Es complicado encontrar un mejor aliado para la Ley de Murphy que la imprudencia. Esta combinación letal puede generar situaciones realmente complicadas de solucionar y como muestra  sirve un botón.

Ayer acudimos unos compañeros de trabajo a una conferencia de un reputadísimo publicista en Elx. Hay que reconocer que La Ciudad de las Palmeras, a la que tratamos los alicantinos como ese pueblo del Sur, nos lleva años dando sopas con onda. Su conservado centro, con un tejido comercial envidiable combinado con una serie de negocios de pequeña hostelería de alta calidad, sirve de marco para acoger una serie de espacios públicos y edificios singulares que componen un casco urbano mucho más que envidiable. El respeto a la propia identidad de la ciudad, sus edificaciones y su conservación y mejora sin renunciar a intervenciones modernas y de gran valor arquitectónico han dado unos frutos en los cuales más de un gobernante debería aprender. Un carril bici no sólo es pintarlo por en medio de algunas calles. La planificación y el concepto de ciudad no se compra en Mercadona ni lo suelen llevar los especuladores en sus oscuros maletines.

Llegamos sobre las 9 de la noche.Discretamente elegantes, cada uno en nuestro estilo, conseguimos unos escalones enmoquetados en la planta 1 como mejor opción para presenciar la conferencia. Menos mal que habíamos confirmado la asistencia. Un 10 para la oficina técnica. Hay accidentes aéreos menos catastróficos.


Una de las compañeras con quien compartía escalera decidió, antes de salir de casa, tomarse alguna pócima capaz de potenciar la imprudencia como vehículo para alegrarnos la noche. Es una mujer intensa y extrema con cierto punto angelical. Intensa en su indumentaria, extrema en las medidas de la misma, ya sean tacones o largos de falda, y angelical en el trato cercano y su quehacer profesional. Pero con una capacidad innata, y seguramente reforzada por la pócima diabólica, para decir algo inoportuno en el momento más inadecuado.

Antes de la conferencia había destrozado la carrera profesional del mejor publicista español de todos los tiempos. Al terminar la misma, mientras disfrutábamos de un agradable cóctel en el extraordinario jardín de un céntrico hotel, estuvo a punto de provocar la ruptura de nuestras relaciones profesionales con un competidor, al estar a un tris de comentarle su parecer, casi arrasador, sobre un evento organizado por este. Realmente fue una de esas situaciones en las que ves que se ralentiza tu entorno mientras retumba la voz de tu acompañante, combinando las palabras prohibidas. Milagrosamente, en el último segundo, y con un golpe de melena propio de un anuncio de champú de los 80, su mirada recaló en mis ojos, mezcla de asombro y cólera, leyendo un mensaje  escrito en el espacio que el aire ocupaba  entre nuestras pupilas y que decía más o menos "¿ Tendrías a bien cerrar tu boca hasta el fin de la eternidad, antes de que nos apaleen como a una familia de gitanos en un mitín de Sáenz de Ynestrillas?"

Este momentito de gloria había conseguido cortar mi digestión de los innumerables Huevos fritos de codorniz sobre Tosta de crema de Sobrasada que devoré, de forma compulsiva, desde nuestra llegada. Suspiré, aliviado, pensando que lo peor había pasado y me equivoqué. Hasta el rabo todo es toro. Y a mí estuvo a punto de cornearme, como a Paquirri, y morir de camino a la Enfermería.

Mientras conversaba en un corrillo, con uno de los anfitriones del acto, la Diosa de los Tacones Altos y Faldas cortas  me achuchaba para que tonteásemos con un Erasmus veinteañero de muy buen ver, eso sí, sin mediar palabra. 25 segundos antes, me habían presentado al efebo como el hijo de mi interlocutor y anfitrión, que atónito observaba las maniobras de acoso y derribo hacia las que me empujaba la ínclita Divinidad. En ese momento mis pies escarbaban la tierra, como las garras de un orco, con el objeto de atravesar el globo terráqueo por el camino más corto y aparecer en una playa de las antípodas, antes de que mi corazón se saliera por mi traquea como un flash de fresa en pleno agosto.

Recuperándome de este nuevo revolcón y saliendo de la fiesta con toda la dignidad posible, pensé:" Tú, que siempre has andado con soltura sobre la fina línea que separa lo políticamente correcto de lo imprudente, ¿¿cómo has caído en este túnel sin fondo de despropósitos, de la mano de la angelical de tu compañera??" Y es que a cada cerdo le llega su San Martín. Yo, que siempre me he sabido protegido por una estrella singular que me permitía cometer las imprudencias más peligrosas, convirtiéndome en una especie de gladiador de afilada lengua, amante del riesgo en el combate en corto y tramposo, por conocer mi inmunidad que me permite que nunca sea victima por este extraño y peligroso don.

Claro, que nunca pensé ser daño colateral de alguien tan cercano y no protegido de los efectos de su propia imprudencia. Bendita estrella que tantas noches de gloría me ha concedido en el Barrio,  a mi y a los míos, no me abandones en terribles momentos como el de ayer. Sentí el gélido aliento de la colleja voladora en mi cogote y horrorizado pensé " Vaya manera más tonta de terminar, con lo que he sido yo para el Reggaeton"

miércoles, 6 de octubre de 2010

El Efecto Envejecido

Regresaba a casa, después de la tediosa jornada laboral, cuando escuché una expresión en la radio que me sacó de mi letargo y nos va a dar mucha miga. El Efecto Envejecido.

Al mismo tiempo que retumbaba en mi cabeza, como uno de los enigmas míticos de la Grecia Antigua, mis guionistas pusieron en mi camino un personaje que era la clave que descifraría todo este sinsentido. Pelo tintado de color safanoria. Gafas de sol en el siguiente peldaño de lo vintage, que suele estar a la entrada de los museos. Falda escocesa entre la rodilla y la imprudencia. Camiseta de algodón blanca con estampado teenager y más años que la Cara del Moro. Y sobre la  cara ese nuevo concepto. O era una momia de las que se exponen en el MARQ que tenía la tarde libre, o estaba maquillada con el Efecto Envejecido.

Y es que a determinadas edades, ciertas mujeres y algunos hombres, caen presas de ese nuevo look. Tengo mis dudas si lo han aprendido a pintarse en un curso de maquillaje para invidentes, en algún racó de hoguera del extrarradio o en un taller de chapa y pintura de esos en que se tunean los Opel Corsa para parecer naves espaciales imperiales.

¿En qué momento se saltaron el concepto "el maquillaje sirve para embellecer"? ¿ O el de "a la elegancia por la sencillez"?¿Qué tiene el agua de esta provincia que propicia esta clase de trastornos estéticos que pueden acabar generando problemas serios de salud? Evidentemente, estos problemas los sufrirían los usuarios del Efecto Envejecido, por falta de transpiración y los que tienen que compartir con ellos espacios públicos, sean abiertos o cerrados, por salud coronaria.



Porque  imagínense. Tarde noche otoñal y desapacible de martes. Esta ciudad desierta como Tabarca en enero. Giras la esquina de Cortefiel y allí, parada, inmóvil, acechando a la futura presa, está ella. La Efecto Envejecido. Tu propio pánico te impide gritar. En cuestión de segundos hay que decidir. El tiempo apremia. ¿Hacia dónde huir? Si corres Gadea abajo, te puedes resbalar con esas suelas de material malo que llevas con la humedad del ambiente. Maldita humedad y malditos zapatos de Maripaz. Lo barato sale caro. Si corres hacia Reyes Católicos, el catálogo de bolardos, pivotes y obstáculos acumulados por la Alcaldesa en esta vía te hacen presa fácil. El corazón acelera su ritmo a la par que el semáforo de leds parpadea y los ojos de nuestra depredadora se inyectan en sangre. Giras la cabeza a este y oeste, sur y norte, de acá pá allá. Nadie. ya no quedan ni las mamás coñazo y los enanos reposesos del parque de las Palomas. Estás sola. Te separan 4 rayas pintadas en el asfalto y unos cuantos metros de ventaja. Huyes corriendo, sin pensar, hacia la calle San Francisco, o Sagasta como la llama mi madre. El semáforo se pone en verde zombie y sientes el aliento de la momia en tu cogote. Te preguntas por qué no hay ningún estúpido acto de Hogueras de esos que convocan a cuatro mataos y que te vendrían muy bien para perderte entre ellos.

Los pasos secos y rotundos que te siguen anuncian un final poco agradable de esta historia. Tus jadeos al correr se entremezclan con el difícil ejercicio de mover tus superposiciones de texturas en tonos neutros que has copiado del Telva de este mes y tus tacones de vértigo.Vuelves tu mirada aterrorizada para descubrir que esa mano blanquecina esta a punto de tocarte el hombro. Piensas que es el final. Que manera tan horrible de acabar, en el cruce con la calle Pascual Blasco, que nadie la conoce. Porque no es lo mismo morir asesinada por un esperpento en Maissonave, o en Oscar Esplá en la puerta de Torreblanca, que en el portal abandonado del antiguo Pollo Pancho.

De repente, una voz de ultratumba desencadena la pregunta final. Ves pasar tu infancia en Arniches, tus primeros Closed, una vespa verde Limón, las Hogueras en Pingüinos, tus primeros Tocame los Huevos en Tate Guate..., así hasta tus nocheviejas en el Club de Regatas y los pases de Bambola en el Tiro. Y esa voz, cavernosa, te saca  del túnel al decir "Nena, ¿Tú no sabes por que han cerrado La Tienda de Lolín? es que me he quedado en el desconsuelo". Y tú, aliviada, contestas a esa mujer, animal o cosa "Chica, si han cerrado Seguí, que se espera? Aquí no se respeta a nadie"

¿No es para morirse de un infarto? y viviremos día a día sin milhojas...

lunes, 4 de octubre de 2010

Xanadú y las puertas del tiempo

Ayer descubrí, a través de Facebook y gracias al gran Jimmy Trash, la versión de Sharleen Spiteri (una de las mejores voces del pop, solista de Texas) del tema central de la banda sonora de Xanadú. Con menos purpurina, sin patines y menos destellos de bola de espejo que la original, interpretada por Olivia Newton-John, esa viejecita adorable que si se pone una cola alta y unos calcetines parece 4 años menor que Britney Spears, y la Electric Light Orchestra (la ELO para los de la época), pero con una madurez musical y vocal que tiene la capacidad de arrancar toda sombra de ñoñería a nuestros recuerdos.


Es difícil no despertar en las comisuras de nuestros labios, dibujada, una sonrisa al escuchar los acordes de este Hit, como se les llamaba en los 80 a los temazos puntazo que molan mazo. Este último calificativo queda dedicado al alcoyano más universal que se ha retirado este fin de semana, con dos conciertos en Madrid, Camilo Sesto. Cuanto bien le hubiera hecho a este xic de poble quedarse mudo a principios de los 90 y haber desaparecido, envuelto entre un halo de misterio y carrascas, por los montes de la Font Roja. Que lastima no habernos quedado, sólo, con la imagen de Jesucristo Superstar (Quiero saber, quiero saber , Señor, en que momento se convirtió en uno de los esperpentos de nuestra galería de horrores) o con los recuerdos musicales de grandes temas como Vivir así es morir de amor (¿me habrá traicionado el subconsciente?) o ese Algo de mi, algo de mi se va muriendo...




La verdad es que puestos a rescatar canciones en momentos de bajón, parece que la SGAE en pleno, comandada por el Insigne Ramoncín, se han dedicado a preparar letras que se ciñen al pie de la letra y ahondan en la herida abierta y descarnada de casi todas las relaciones de los mortales nacidos en el ámbito de la Piel de Toro y aledaños. ¿¿Quién no ha dejado caer las lágrimas, mientras sorbía mocos en el sofá, tapado con una espantosa manta de crochet y un paquete de Filipinos (o una tarrína de helado tamaño antidepresivo), en una de esas tardes de lluvia en las que piensas que el mundo se va a partir en dos, como una naranja de zumo bajo el gélido filo del abandono y la ruptura, escuchando esas baladas que estas convencido que están escritas por un visionario que conocía tu destino y prefirió editar 15 millones de copias a contártelo al oído??.


Quién no ha sido viuda de España con la Pantoja o la Piquer, quien no se ha pegado a una ventana susurrando esta tarde vi llover, vi gente correr y no estabas tú..Cuantos no han sucumbido a Aquellas pequeñas cosas... o al primer disco de Shakira, que debió tener más desengaños en la adolescencia que el resto de la República de Colombia desde su independencia. Las coplas, los boleros, baladas y otro tipo de torturas chinas musicadas son totalmente contraproducentes en esos momentos en que a uno le encantaría ser protagonista de una novela de Jane Austin y, que creemos que son nuestra única tabla de salvación en nuestro propio naufragio emocional. Y mientras tanto Ramoncín, haciendo el bailecito de Mauricio Colmenero (Tititirititi Tititirititi.....) y suma y sigue derechos de autor que no se apiadan del mal ajeno, y en esos momentos, universal y catastrófico para el que lo padece.

Y es que la música esta asociada inevitablemente a nuestra linea vital. Las canciones de los payasos de la tele, Yuri, Bonie M y 300 millones, las Baccara, Eurythmics o Queen, Los Beatles y los Rollings, Enrique y Ana.(Vale, sí, lo de Enrique del Pozo no tiene nombre...pero es un daño colateral...), Julio Iglesias, Rocio Jurado, o Raphael, Los hombres G, Mecano o Los Pecos ( vaya par de moñas, por cierto....) Los Nikis, Siniestro Total o Complices.. Radio Futura, Alaska y Olé-Olé, El canto del Loco, Rosana, Loquilo o Nena Daconte. Seguro que cada uno de nosotros tiene un patchwork sentimental de nuestra vida cosido con trozitos de canciones, que de repente un día musitamos, sin venir a cuento, y nos devuelven a otro momento de nuestras vidas. Son como extrañas puertas en el tiempo, que nos llevan y nos traen,
que el viento arrastra allá o aquí,
que te sonríen tristes y
nos hacen que
lloremos cuando
nadie nos ve

domingo, 3 de octubre de 2010

La marea negra de la decepción

En estos tiempos oscuros en los que estamos instalados, como si de las tierras de Mordor se tratase, la decepción es un valor en alza. Es decepcionante ver las noticias mientras comes o cenas. Es decepcionante desayunar mientras ojeas la prensa, que ha desarrollado la capacidad de cortar la leche en la garganta y separarla del café hasta provocarte arcadas.Es difícil pensar que la situación actual tiene solución posible o probable.

Los políticos han perdido la capacidad de generar ilusiones e ideas para generar beneficios de oscura procedencia y dudable reputación. Eso sí, generando decepción lo clavan. Primarias, candidatos a dedo, tránsfugas, apoltronados, presuntos e imputados. Nos podíamos ahorrar las papeletas y las urnas, que son una pasta y este año nos viene mal malgastar impuestos.

Del poder judicial mejor no mentarlo, como a las meigas. Sus acciones de dudosa imparcialidad, movidas por extrañas motivaciones, causan estupefacción entre la ciudadanía. Es más inmune el que compra a un consistorio o monta una cruzada contra su oponente político en el nombre de Dios que el que roba un pollo o no paga la hipoteca. Curiosa función peculiarmente interpretada. Debe ser eso que llaman interpretación de las leyes. A veces parece que las traduzca la Bruja Lola.

El mundo empresarial, la Sanidad o la Educación no quedan exentos de esta ola de debilidad en los principios éticos de solidaridad, lealtad, igualdad, transparencia y honradez.



En este estado en que se encuentra lo Público, la decepción avanza, como una mancha de crudo, lenta pero constante por la sociedad. Lo peor es que empieza a impregnar también la parcela de lo Privado. Las relaciones personales comienzan a sufrir el virus del "Todo Vale". La perdida de los valores afectan a todos los ámbitos de lo privado. Las relaciones de familia, amistad o pareja han perdido esa película de impermeabilidad que parecía conservarlas indemnes frente al deterioro de la ética que sufre nuestra sociedad.

Este oscuro panorama provoca dos tipos de reacción. Dejarse llevar por la negra marea y cerrar los ojos con resignación, o clavar los talones en el suelo y plantarle cara. La decisión viene marcada por la necesidad de dormir tranquilo que tenga cada uno al llegar la noche, después de la lucha diaria.

Yo, por ejemplo necesito, cada día más, poder mirar a los ojos a mi igual sin tener que ocultar oscuras decisiones o acciones de discutible catadura. Creo en la lealtad como un valor fundamental en las relaciones humanas. La necesidad de no jugar siempre al mejor postor y luchar por las cosas que merecen la pena, aunque el precio sea alto, siempre ha sido una constante en mi vida. Pero todo esto sin la tentación de caer en el fundamentalísmo ético. Es de humanos errar, no cabe duda y, como me enseñó hace muchos años mi buen amigo Mariano, el negro y el blanco absoluto no existe, todo son gamas de grises.

Lamentablemente, conforme pasan los años, los idealismos se diluyen como el color de las viejas fotografías y el escepticismo se apropia de nuestros actos e ilusiones. Las ausencias y decepciones minan la credibilidad en que "Todo es Posible" y "Todo el Mundo es Bueno" para dejarse llevar por la marea del "Todo Vale".

Yo me resisto, a pesar de verme sumergido en ocasiones en este lento pero constante río de decepción, a no clavar los pies en tierra. Quiero poder mirar al frente, sonreír al sol y seguir pensando que lo mejor está por llegar. Y aunque la negra mancha de la desilusión traiga, a veces, aromas de "Todo lo pasado fue mejor" y extrañas culpabilidades por los éxitos no natos, debemos pensar que todo en esta vida, por difícil  o negativo que parezca, tiene escondido una lectura positiva y alguna enseñanza para aliviar el camino futuro.

Quiero seguir creyendo en los Reyes Magos, en el Amigo Invisible pero siempre presente, en que las comedias de Hugh Grant están basadas en hechos reales y que todo roto tiene su descosido. Y sobre todo me gustaría pensar que quedan, aunque sea vivas, personas con la cabeza amueblada y que tengan agallas para seguir mirando al sol con una sonrisa, a pesar de los golpes del desencanto en nuestras rodillas.

PD Recuerdos a mis guionistas, que hacen que mi vida no sea aburrida y repleta de extrañas piruetas del destino.