lunes, 11 de octubre de 2010

La maternidad

Es curioso las extrañas reacciones de las mujeres en edad fértil, en cuanto lo que se refiere a la maternidad, en la actualidad. Como cambian las cosas.

Antes las mujeres, en su casi completa mayoría, asumían su papel de mula, arado y tierra de labranza. No es una afirmación machista, nada más lejos de mi intención. A la mujer se la educaba para cargar con el trabajo de la casa, hijos, enfermos (aunque estos no fueran de su sangre) y demás quehaceres de la perfecta esposa. Vamos, trabajar como una mula de sol a sol, incluso un poco más. También para ser tierra de labranza, por tratarlas como meras máquinas engendradoras de vástagos. Si eran machos mejor, y alguna hembra por si hay que cuidar a los abuelos y esas cosas. Y arado, por recaer en ellas el peso de la formación de los hijos, en todos los campos de la vida. Excepto si eran varones, que los machos de la familia ya se encargaban de llevárselos de putas.

Gracias a los avances sociales, que no a Dios ni a la Iglesia precisamente, la igualdad va ganando terreno y adeptos en nuestra sociedad. La corresponsabilidad en las funciones domésticas y de educación son casi un obligación tácita en las parejas actuales. Y los que no lo ven así, sean hombres o mujeres, casi mejor que no procreen, a ver si con un poquito de suerte se extinguen. La mujer se incorpora al mercado laboral y la conciliación laboral comienza a ser un hecho. Y además, se impone cada vez más la idea de la maternidad como un hecho responsable y voluntario del género femenino. Que para eso cargan con el bombo 9 meses, después de escasos 20 segundos de gloría, si se da el caso de haberlos disfrutado.

Y ante esta libertad de decisión de ellas, me sorprenden las distintas actitudes que adoptan las nuevas generaciones ante el pre, el embarazo y el post...

Hay mujeres, representantes de estas nuevas conquistas en el campo de lo paritario, que se plantean la maternidad como una amenaza a estos avances sociales. Sin duda, es comprensible que, visto lo visto durante generaciones, piensen que la victoria en la batalla del reparto equitativo del trabajo en la familia no sea más que una derrota en la guerra de cargar sola con los hijos, una vez paridos.


Antes de recibir la llamada de la jungla de la maternidad, ahora se calculan fechas, vacaciones, posicionamiento laboral, estrategias de crecimiento personal, todo esto para ver si engendrar un hijo entra o no en agenda. Se negocian movimientos personales y laborales con la pareja para poner fecha viable del proyecto Siguiente Generación. No tiene, este proceso, menos asperezas y conflictos que cualquier negociación de un convenio colectivo cualquiera. Incluso se dan casos de huelgas de bragas subidas para aflojar la presión del colectivo macho en el toma de decisión de fechas concretas y acuciantes.

Me parece muy correcta la decisión sobre la maternidad y el derecho de disposición sobre el propio cuerpo. Si no fuera porque una vez tomada la decisión de ser madre... se pierda la batalla de las hormonas.

La más agresiva de las ejecutivas, una vez que se convierte en recipiente gestante, se trasforma en un gatito siamés ronroneante, de lágrima fácil, ante una cenefa de ositos pintados o un body de ganchillo con un nombre bordado. Hace de la elección del ajuar prenatal un proyecto empresarial ambicioso y absorbente, casi tan apasionante como la fusión imposible de las cajas de ahorros.

La más cool de las hippijas se puede ver fascinada por el estampado Liberty en tonos rosas en vez de por el body de Los Ramones que siempre pensó ponerle a su futuro e improbable descendiente. Aprenderá términos imposibles como vainica, plumeti, faldón, piqué, organza y capotita..., sí, capotita. Y el nombre que las noquea a todas. Bugaboo.

La carga hormonal hace transformaciones casi vampíricas en las mujeres de hoy en día. La lactancia las transforma en animales de hábitos y costumbres que niegan los adelantos de la vida moderna, como el biberón, la nevera o el reciente descubrimiento de la capacidad neuronal del marido, y padre por igual, para darle una toma sin asesinar a la criatura. Menos mal que Zara ha sacado una colección Pre-mama, porque si no volverían a las pieles y las cavernas, protegiendo a sus crías, con el hacha de sílex, en vez de con el bolso de Louis Vuitton. Ah , me equivoco. Zara también a vuelto a las pieles. ¿Estarán embarazadas sus diseñadoras de culto?

Eso sí, todas coinciden, al liberarse de la sobredosis hormonal, que esa situación no es más que un trastorno mental transitorio, bañado de lagrimas, de absurdos bandazos de humor y ridículos cambios de voz cuando se dirigen, con las manitas puestas como las garras de un águila en el borde del moisés, a la criatura neonata emitiendo extraños sonidos guturales, como si hubiesen perdido realmente la razón. Ajo, ajo, chichichi, ayayayay....quien se va a comer esa barrigota...juhhhhuggggjuuguhtguug....ajo, ajo ajoooo!!! ¿¿Qué coño te está pasando en la voz??? Que es un niño y no la copia china de E.T.!!!!!!!

En este último punto, por ser justos con la verdad de las cosas, la transformación vocal no va ligada a las hormonas. La sufren por igual casi todos los adultos que, ante la presencia de un bebé e independientemente de su coeficiente intelectual, se les cortocircuitea el cerebro volviendo a ese idioma ininteligible para el resto de los mortales no afectos por ningún tipo de sentimiento o cariño hacia ese futuro destrozacabinas o chony consumebotellones.

Y es que el universo de la creación nos es tan desconocido como desconcertante a los mortales que nos hace decir Donde dije digo, digo Diego. ¿Serán las hormonas o la naturaleza humana en si?

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