viernes, 22 de octubre de 2010

Domani è un altre giorno

Suenan las teclas de un piano en Youtube y comienzan los acordes de un tema que he descubierto gracias al Facebook. Domani è un altre giorno de Ornella Vanoni. En esta canción, con tintes de festival de San Remo de los 70, he descubierto un himno para superar los días de bajón y las injusticias de la vida cotidiana. Es una especie de bálsamo para las piedras del camino. Una marcha heroica frente a las zancadillas de los hombres grises que tenemos que esquivar todas las mañanas.

Es cierto, que tras el impertinente sonido del despertador, las madrugadas se hacen más complicadas de vencer y se convierte en un esfuerzo sobrehumano afrontar el camino a la mina, como si cada día fuera una repetición absurda y  atormentadora del anterior.

Todos tenemos días buenos y días malos. La balanza de los mismos define, en gran parte, nuestro estado de ánimo y nuestro talante para superar las adversidades que la perra vida y los guionistas se empeñan en dejar caer en nuestra senda como las estúpidas trampas del Coyote.



En los días buenos, como si nos hubiera poseído el espíritu del Capitán Trueno, nos enfrentamos a todo sin perder pizca de nuestro buen color y sin despeinarnos. Todo enemigo parece pequeño y ninguna traba erosiona nuestro esplendido estado de ánimo y nuestra fuerza de voluntad para cambiar todo aquello que es imposible cambiar. A base de cabezazos tercos contra la misma pared, (esa maldita pared.. que cantaba el gran Bambino), vamos diluyendo nuestra sonrisa de gran figura del cómic de aventuras para ir adoptando la de Tristón, aquella hiena pesimista que acompañaba al pobre Leoncio cuando nosotros no podíamos intuir ni que existiera este catastrófico destino.

De los días malos ni hablamos. Compramos cuarto y mitad de tristeza a granel y dos pastillas de chocolate, del puro, para contrarrestarla. Cualquier obstáculo o enemigo, por pequeño que sea, se torna en gigante. Ya lo decía Alonso de Quijano en algún ratito de su extraña lucidez, Que no son molinos, que son gigantes, querido Sancho. Y conteniendo la respiración y  haciendo la barquita, nos dejamos llevar por el curso del río de la vida, dejando que los juncos y los manglares golpeen caprichosamente nuestro cuerpo hasta llegar a su desembocadura.

Vista esta desalentadora tesitura, encontrar esta canción ha despertado en mí una especie de declaración de intenciones. Es como una lamparita de Diógenes que va marcando la recta senda a seguir. Es como una revelación de autoestima y credibilidad en el propio proyecto, que a veces nos tiene a nosotros mismos como nuestro peor enemigo.

Nadie, por poderoso que sea o se crea, tiene la potestad para pisarnos, trabar nuestro avance ni menospreciar nuestra persona, el producto de nuestro trabajo ni nuestras ilusiones o proyectos de crecimiento. Esta es una parte de nuestro ser, y de nuestra entidad como persona, irrenunciable y que su desarrollo debe definirnos a nosotros mismos y a nuestro legado en este breve paso por la historia.

La libertad del individuo para disponer de su propio futuro y para encabezar la batalla por su propio crecimiento, personal, profesional o espiritual, no está en manos de nadie. Y si alguno, por estúpido o engreído que fuese, creyera tener capacidad para disponer de las personas que le rodean y de sus futuros, denotaría una de estas dos facetas, cada cual más deplorable. O un despotismo y carencia de respeto al igual totalmente reprobable o tal complejo de inferioridad que necesita de zancadillear a los demás para intentar mantener la cabeza por encima, o en su defecto seguir flotando en el río de la vida, cual excremento.

En el fondo, y volviendo a los dibujos animados, los gestores de nuestra historieta no podemos ser nada más que nosotros mismos. Porque si dejamos que un incapaz dibuje los trazos de nuestros movimientos, acabaremos siendo una burda caricatura del lerdo autor. Eso sí, sin duda el lerdo firmaría la misma, para que no quede ninguna duda que el único y gran creador de esa obra es él. Los cielos lo tengan en sus proyectos futuros y cercanos y eviten el mayor número de caricaturas a su imagen y semejanza posibles. Que, señores, de inútiles en este mundo ya vamos bien servidos.

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