sábado, 16 de octubre de 2010

Como zombie no tengo futuro en esta sociedad

Siempre se me dio mal aceptar los roles de la masa media. Nunca me gusto comulgar con ruedas de molino en cuanto a modas y lo que se debe hacer. Bueno, nunca me gustó comulgar en general. Nunca me creí capaz de extraerme una parte del cerebro, esa que se mostraba insistente y machacona con el hecho de no aceptar cosas por que sí. Vamos que como oveja de rebaño, se me pintaban las cosas negras. Debe venir de ahí lo de la vilipendiada y siempre maltratada oveja negra.

Cada vez es más común, sobre todo en las comunidades pequeñas, ver esas manchas grises de ausencia de personalidad ni criterio propio que se extienden entre nuestra estructura social. La gente renuncia a su capacidad de ser individuo, casi hasta llegar a perder el control de sus funciones vitales, para sentirse miembro de la tribu. Hacer lo que toca o lo que se lleva es su única religión, sin ningún tipo de proceso de raciocinio previo.

Vemos a nuestros jóvenes seguir los dictados de los tiempos para ser miembros de la aldea global, sin peligro de ser apartado por diferente.

No quiero que esto sea una oda gratuita a la diferencia, si no una reivindicación de la discrepancia y de la suma de diversas visiones para avanzar en el proyecto común. Si se discrepa como resultado de un autoproceso de reflexión sobre la opción mayoritaria, la suma de los distintos procesos personales enriquecerá la calidad de la opción común, siempre y cuando no sean rechazadas por minoritarias y diferentes, sin un proceso de escucha, estudio y maduración previo a esta decisión.



Desde el propio respeto a tu posibilidad de la diferencia como opción personal se tiene mayor capacidad para tender puentes y desarrollar diálogos constructivos que enriquezcan la opción global como una buena tabla de trabajo para el proyecto común.

Claro que la teoría está muy bien. Pero que hacemos cuando un sábado por la tarde sales a pasear a una calle céntrica o un centro comercial y ves manadas de zombies, unos presentables y otros verdaderos adefesios, que parecen caídos de los escaparates del emporio gallego de la moda en todas sus variedades. O esas piaras de pseudopijos haciendo de vallas publicitarias de marcas por las que pagan una fortuna para sentirse miembros exclusivos de una tribu que los excluye por horteras nada más se dan la vuelta.

Este fenómeno no sólo es exclusivo del mundo de la moda. Los fanatismos deportivos, religiosos o políticos, incluso determinados fenómenos culturales y artísticos, se impregnan de este chapapote de la imposición del pensamiento único bajo la amenaza de quedar segregado por remar contracorriente y defender la posibilidad de ponerlo en duda, de una forma razonada.

El tener capacidad de discutir la linea global no quieres decir que te vuelvas igual de fanático y renuncies, de un modo tajante e irracional, a participar del fenómeno de las modas o tendencias, en todos los campos de la vida. Si esta participación viene de la propia decisión, y no de la necesidad de asumirla como mal menor por sentirse miembro del grupo, no deja de ser una opción personal igualmente respetable.

Hay momentos, en los cuales estas manchas grises se agrupan por su nexo de unión mononeuronal, ya sea música, moda, religión o política, y a mí me da la impresión , al encontrarme con ellas, de zambullirme en un videoclip de Michael Jackson y me entran unas ganas, casi agónicas, de nadar hasta la inalcanzable superficie para dejar de ver esas legiones de muertos vivientes que se mueven al compás con golpes secos de talón.

Y es que lo dicho. Creo que como zombie no tengo futuro en esta sociedad.

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