domingo, 3 de octubre de 2010

La marea negra de la decepción

En estos tiempos oscuros en los que estamos instalados, como si de las tierras de Mordor se tratase, la decepción es un valor en alza. Es decepcionante ver las noticias mientras comes o cenas. Es decepcionante desayunar mientras ojeas la prensa, que ha desarrollado la capacidad de cortar la leche en la garganta y separarla del café hasta provocarte arcadas.Es difícil pensar que la situación actual tiene solución posible o probable.

Los políticos han perdido la capacidad de generar ilusiones e ideas para generar beneficios de oscura procedencia y dudable reputación. Eso sí, generando decepción lo clavan. Primarias, candidatos a dedo, tránsfugas, apoltronados, presuntos e imputados. Nos podíamos ahorrar las papeletas y las urnas, que son una pasta y este año nos viene mal malgastar impuestos.

Del poder judicial mejor no mentarlo, como a las meigas. Sus acciones de dudosa imparcialidad, movidas por extrañas motivaciones, causan estupefacción entre la ciudadanía. Es más inmune el que compra a un consistorio o monta una cruzada contra su oponente político en el nombre de Dios que el que roba un pollo o no paga la hipoteca. Curiosa función peculiarmente interpretada. Debe ser eso que llaman interpretación de las leyes. A veces parece que las traduzca la Bruja Lola.

El mundo empresarial, la Sanidad o la Educación no quedan exentos de esta ola de debilidad en los principios éticos de solidaridad, lealtad, igualdad, transparencia y honradez.



En este estado en que se encuentra lo Público, la decepción avanza, como una mancha de crudo, lenta pero constante por la sociedad. Lo peor es que empieza a impregnar también la parcela de lo Privado. Las relaciones personales comienzan a sufrir el virus del "Todo Vale". La perdida de los valores afectan a todos los ámbitos de lo privado. Las relaciones de familia, amistad o pareja han perdido esa película de impermeabilidad que parecía conservarlas indemnes frente al deterioro de la ética que sufre nuestra sociedad.

Este oscuro panorama provoca dos tipos de reacción. Dejarse llevar por la negra marea y cerrar los ojos con resignación, o clavar los talones en el suelo y plantarle cara. La decisión viene marcada por la necesidad de dormir tranquilo que tenga cada uno al llegar la noche, después de la lucha diaria.

Yo, por ejemplo necesito, cada día más, poder mirar a los ojos a mi igual sin tener que ocultar oscuras decisiones o acciones de discutible catadura. Creo en la lealtad como un valor fundamental en las relaciones humanas. La necesidad de no jugar siempre al mejor postor y luchar por las cosas que merecen la pena, aunque el precio sea alto, siempre ha sido una constante en mi vida. Pero todo esto sin la tentación de caer en el fundamentalísmo ético. Es de humanos errar, no cabe duda y, como me enseñó hace muchos años mi buen amigo Mariano, el negro y el blanco absoluto no existe, todo son gamas de grises.

Lamentablemente, conforme pasan los años, los idealismos se diluyen como el color de las viejas fotografías y el escepticismo se apropia de nuestros actos e ilusiones. Las ausencias y decepciones minan la credibilidad en que "Todo es Posible" y "Todo el Mundo es Bueno" para dejarse llevar por la marea del "Todo Vale".

Yo me resisto, a pesar de verme sumergido en ocasiones en este lento pero constante río de decepción, a no clavar los pies en tierra. Quiero poder mirar al frente, sonreír al sol y seguir pensando que lo mejor está por llegar. Y aunque la negra mancha de la desilusión traiga, a veces, aromas de "Todo lo pasado fue mejor" y extrañas culpabilidades por los éxitos no natos, debemos pensar que todo en esta vida, por difícil  o negativo que parezca, tiene escondido una lectura positiva y alguna enseñanza para aliviar el camino futuro.

Quiero seguir creyendo en los Reyes Magos, en el Amigo Invisible pero siempre presente, en que las comedias de Hugh Grant están basadas en hechos reales y que todo roto tiene su descosido. Y sobre todo me gustaría pensar que quedan, aunque sea vivas, personas con la cabeza amueblada y que tengan agallas para seguir mirando al sol con una sonrisa, a pesar de los golpes del desencanto en nuestras rodillas.

PD Recuerdos a mis guionistas, que hacen que mi vida no sea aburrida y repleta de extrañas piruetas del destino.

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